
El caso Lezo ha añadido un grado más de impudicia a la corrupción política. A duras penas nos habíamos acostumbrado a digerir los innumerables casos de latrocinio a que hemos asistido cuando nos saltó a los ojos este otro tan obsceno que supera nuestra capacidad de sorpresa.
Desde el día en que se produjo la detención y posterior encarcelamiento del ex presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Gonzalez, el incesante goteo de informaciones reveladoras de su proceder y el de la trama familiar que encabezaba va pintando un cuadro plagado de tintes tenebrosos. Lo que va saliendo transmite la sensación de que son tan solo las primeras pinceladas y que aún quedan nombres por añadir y grabaciones por escuchar que le otorgarán mayor repugnancia a la escena.
Semejante impacto visual tiene consecuencias políticas, entre las que resalta el renovado intento de poner a prueba la capacidad de resistencia de Mariano Rajoy. Mientras destacadas figuras de su partido son imputadas por corrupción, en una secuencia que no parecer tener fin, el simple hecho de que el presidente permanezca incólume gobernando en minoría, cuando el resto de los grupos de la Cámara presentan a su partido como un inmenso cenagal, ya resulta cuanto menos exótico. Esta aparente incoherencia solo puede explicarse por la inconsistencia de una oposición incapaz de ofrecer otra alternativa viable que le plante cara al actual inquilino de la Moncloa.
Es obvio que el grado de responsabilidad que pueda atribuírsele a Rajoy en el asunto de González siempre será mucho menor del que habría de asumir por su laxitud con otros entramados como Gurtel, exponente claro de un patrón de comportamiento instalado en la médula del partido que preside. También lo es, al menos en apariencia, su insólita fortaleza ante los embates. A pesar de lo cual, presentarle, como sus palmeros pretenden, como un virtuoso estratega o que pase a la historia como un campeón de la política nacional por esa supuesta capacidad de salir indemne de cualquier tormenta sería injusto.
Por grandes que sean los sapos, siempre se tragan mejor cuando el comensal puede permitirse el lujo de permanecer sentado y sabiendo que nadie está en condiciones de desbancarle. Solo hay que tener un buen estómago y eso, desde luego, sí que lo tiene el presidente. Hay además otros elementos que contribuyen a mejorar la digestión. Es lo que consigue PODEMOS con su intento de sacarle rentabilidad a la situación planteando una moción de censura diseñada no para derrocarle sino para hacerse propaganda e interferir en las Primarias del PSOE. Podrá haber ruido pero nunca nueces, y el sillón de la Moncloa seguirá sujetando el mismo trasero.
Otra ayuda inestimable le ha venido al reavivarse otro foco de infección que tiene como protagonista a la banda de los Pujol. Ver a la matriarca del clan, erigida en bruja malvada y urdidora de la trama, apartando a manotazos a los periodistas mientras su antes honorable marido proclama que "la culpa de lo suyo la tiene España" , es más de lo que un ser humano decente puede soportar. Y, por si fuera poco, asistir al silencio de sus corderos políticos del 4% o a la estulticia de sus socios de gobierno, mal llamados de izquierda, envueltos todos en el delirio independentista, tampoco contribuye a imaginar una alternativa de cambio.
El quebranto que causa a la economía de un país la corrupción política por grave y sangrante que sea, especialmente en tiempos de crisis, no es comparable con el daño que origina al sistema democrático y a la credibilidad de sus instituciones. A la presidenta de la Comunidad de Madrid, por mucho que les cueste a sus rivales políticos, habrá que reconocerle la decencia y la determinación de haber llevado ante la Fiscalía los manejos ilícitos en el Canal de Isabel II que destapó el caso Lezo, aun a sabiendas del huracán que desataba en su propia formación. Si otros dirigentes del PP hubieran hecho lo propio a la menor sospecha, no estarían sumidos en el descrédito generalizado que ahora les atormenta. La imagen que han venido transmitido ha sido la contraria y, aunque ningún partido estará a cubierto de que surjan delincuentes en sus filas, nunca podrán presumir de honestidad mientras les preocupen los delitos de otros y tapen los que tienen dentro.
Ahora en Moncloa han dado órdenes de atender cualquier petición de explicaciones venga de la Justicia o del Parlamento y que sus portavoces del partido y ministros del Gobierno se prodiguen en los medios para deshacerse de la imagen de asedio que los populares proyectan a causa de la corrupción. La instrucción viene del propio presidente, y con ella pretende pasar el trance y esperar, como siempre, a que los buenos datos económicos y el desbarajuste ajeno le devuelva en lo posible la tranquilidad.
La Justicia mientras tanto seguirá su camino, lenta, demasiado lenta, pero inexorable. Quien la hace la paga, decía Rajoy, lo que el ciudadano de a pie no termina de creerse. Nos relatan pelotazos de millones de euros como si fueran calderilla y es verdad que los módulos de respeto de las cárceles españolas están repletos de ilustres inquilinos. Solo falta un detalle que está en el comentario de la calle. El dinero que robaron nunca aparece.