
Ya hemos tenido el Plan Trump este año, aunque la realidad haya resultado mucho más decepcionante que lo prometido. Ahora parece que los mercados tienen un nuevo favorito. Tras un desenlace que satisfará sin duda a sus viejos colegas de Rothschild, aparece el Plan Macron. Cuando empezaron a trascender los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas el domingo por la noche, todos los activos susceptibles de lucir una bandera tricolor tenían combustible para cohetes en el depósito. El populismo se despedía, el euro estaba a salvo y el libre comercio permanecía. Los inversores vitorearon.
La presidencia de Macron no está garantizada del todo tras la segunda vuelta el 7 de mayo, pero casi. Si el Plan Macron aspira a ser más que un mero repunte, el último ocupante del Palacio del Elíseo deberá ofrecer sustancia y no solo retórica. Hay cuatro parámetros por los que los mercados deben juzgar si Macron es la respuesta o una repetición más joven de François Hollande: que pueda formar un gobierno viable con un mandato reformista, que encuentre margen dentro de la eurozona para reactivar la demanda, que alcance un acuerdo del resto de la zona hacia su plan de reformar la moneda única, y que puede reformar verdaderamente la economía.
A juzgar por la reacción en la mañana del lunes, mucho dinero ha estado muy nervioso ante un desenlace catastrófico en Francia. Con cuatro candidatos pisándose los talones, era del todo posible que la ultraderechista Marine Le Pen llegase a la segunda vuelta contra el ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon. Habría sido el final del euro y sumiría a Francia en una crisis económica. Con el centrista exministro de Finanzas Emmanuel Macon enfrentado a Marine Le Pen, el sistema establecido parece mucho más seguro. Los activos se alzaron tras los resultados. El CAC-40 subió un 4% ese día, llevando al índice a su punto más álgido en nueve años.
Los títulos se elevaron en toda Europa, liderados por los bancos. Los bonos franceses, la cuarta clase en volumen de deuda estatal en el mundo, se reanimaron, y el euro subía bruscamente contra el dólar.
Es cierto que la victoria de Macron no está garantizada. Con el 23% del voto en la primera vuelta, no ha obtenido precisamente un apoyo abrumador del electorado. François Hollande logró el 28% en la primera vuelta la vez pasada. Nicolas Sarkozy el 31% en 2007. Su pasado privilegiado y una postura ferozmente pro UE y globalización dirá seguramente poco a la clase trabajadora industrial y agrícola de Francia. Aun así, las encuestas indican una ventaja estable del 60% sobre el 40%, y el margen de error es enorme. Las apuestas anuncian que será presidente en dos semanas. Para que el Plan Macron sea algo más que un mero repunte, eso sí, tendrá que cumplir cuando acceda al cargo. ¿Cuáles son los parámetros sobre los cuales deben juzgarle los inversores? Veamos cuatro puntos fundamentales para juzgar a Macron.
Primero debe formar un gobierno y no es tan fácil como parece. Su partido En Marcha es muy nuevo y le costará obtener mayoría en las elecciones parlamentarias que seguirán poco después de la segunda vuelta. Lo más probable es que se reúna apresuradamente una coalición. Si, por ejemplo, Nicolas Sarkozy es elegido primer ministro como líder de un partido republicano resucitado, Macron estará acabado (una figura decorativa sin poder real). Sin un gobierno fuerte y la mayoría parlamentaria, será imposible hacer mucho.
Segundo, la política fiscal. Macron no ha hablado mucho de ello pero es imposible forzar una reforma estructural importante en una economía deflacionaria. Cuando la demanda es boyante, resulta mucho más fácil, pero eso no sucederá salvo que la UE le permita impulsar una política fiscal expansionista. El liderazgo de la UE le respalda con uñas y dientes contra Le Pen, pero deberán seguir apoyándole cuando acceda al cargo porque, al contrario que Hollande, Macron necesita que la economía empiece a funcionar muy pronto.
Tercero, una eurozona revisada. Durante la campaña, Macron sostenía que Francia necesita reformar la moneda única, no salirse de ella, como exige Le Pen. Para que funcione con eficacia, la zona precisa de un gobierno económico con una única política presupuestaria y normas fiscales comunes. A cambio, ofrecerá a Alemania verdaderas reformas en Francia. Existe la posibilidad de que lo consiga. Al fin y al cabo, dirá, si la presidencia Macron fracasa será o Le Pen u otro líder anti UE el próximo. Pero no deja de ser arriesgado. Conseguir que 19 países se pongan de acuerdo en algo es complejo y ceder las políticas fiscales y de gasto a Bruselas es mucho pedir.
Por último, debe plantearse en serio la reforma de Francia. Como ministro de Economía de Hollande, su participación fue patéticamente pequeña. Se desregularon los autobuses de largo recorrido. Se relajó el horario comercial del domingo (aunque solo uno a la semana y en zonas de turismo designadas). No es exactamente revolucionario. Quizá fue por la oposición interna o tal vez porque Macron (un funcionario reconvertido en banquero de inversión) en realidad no sabe mucho de negocios. Sea lo que fuere, necesitará ser mucho más radical ahora que tiene el puesto más alto y tendrá que tomar medidas importantes en los primeros cien días.
Si Macron logra alcanzar esos objetivos, habrá empujado a la economía francesa hacia delante y los activos franceses deberían seguir aumentando de precio y llevarse al resto de Europa con ellos. Si no, la decepción se extenderá enseguida y la burbuja Macron estallará pronto.