Firmas

La caída de Esperanza Aguirre

  • ¿Por qué tardó tanto en dimitir?
Esperanza Aguirre en el anuncio de su dimisión. Foto: EFE

La última vez que entrevisté a Esperanza Aguirre se enfadó conmigo. Fue en un programa de televisión en el que esperaba recibir un agradable masaje y debí amargarle la noche. No era mi intención, solo me limité a plantearle si, habida cuenta de los múltiples casos de corrupción protagonizados por personas de su entorno, era suficiente con dejar la presidencia del PP de Madrid para asumir responsabilidades políticas. Ni le llamé corrupta, ni planteé siquiera la posibilidad de que hubiera hecho la vista gorda ante los sucios manejos de íntimos colaboradores. Ahora sí lo hago.

Como cualquier observador había visto lo que hicieron media docena de sus alcaldes en la Gürtel y el proceder de su viceconsejero Alberto López Viejo en el epicentro de la trama; el tinglado de los espionajes o a Francisco Granados, quien fuera su Paco del alma, metido hasta las trancas en la Púnica. Vimos también como doparon sus campañas con dinero proveniente de financiaciones ilegales. Todo eso y más mientras la lideresa se permitía el lujo de torturar nuestra ingenuidad asegurando que nunca sospechó lo que estaba pasando. Se lo permitía y, de alguna forma, se lo consentíamos prestándole una atención que lograba gracias a su desparpajo cuando no su desvergüenza mediática. Con ello se mantuvo a flote sin que el cúmulo de corruptelas en su entorno le pareciera suficiente para retirarse de la política. Ahora no ha podido. La detención de Ignacio González ha hecho inviable la supervivencia del aguirrismo ni una semana.

González nació se crió y se formó a los pechos de Esperanza Aguirre. Cuando empezaba lo colocó junto a ella en el Ayuntamiento de Madrid por expreso deseo de Pablo González, entonces senador del PP, padre de Ignacio González y amigo de doña Esperanza. Fue su protegido y su persona de máxima confianza. Cuanto le pedía su querido Ignacio se lo concedía, incluida la decapitación de todo aquel que pudiera proyectar alguna sombra sobre su delfinato. Por él proclamó a los cuatro vientos que pondría la mano en el fuego cuando se hablaba de la sospechosa compra del ático en Marbella, lo que ahora se nos antoja una bagatela en comparación con los chanchullos que está saliendo.

Ni los más cándidos son capaces de digerir que tanta corrupción pudiera producirse sin el conocimiento o al menos la sospecha de quien ostentaba un poder omnímodo en el PP de Madrid. Que su pituitaria, por atrofiada que estuviera, no advirtiera la fetidez que despedía semejante cenagal. Ahora cobra todo el sentido lo que hace unos años me comentó en confidencia una consejera que le devolvió el cargo a la presidenta Aguirre "porque no estaba dispuesta hacer las cosas que allí se hacían", me dijo. Cobra sentido el párrafo de la carta que Granados le envió desde la cárcel de Estremera en el que se dolía públicamente de que ella dijera que le había salido rana cuando "todo- según afirmaba- lo aprendió de ella" . Y especialmente cobra sentido la rivalidad y la virulencia con la que la lideresa se enfrentó a Cristina Cifuentes cuando ambas concurrieron a las elecciones municipales y autonómicas de Mayo de 2015. Además de imponerle a sus leales en la lista al Parlamento Autonómico le hizo cuanta "luz de gas" pudo en los medios de comunicación empezando por Telemadrid, donde llegó a exigir que Cifuentes apareciera lo menos posible.

La actitud y el discurso regenerador de la entonces candidata a la Comunidad de Madrid hacía temer intransigencias como la que determinó la denuncia presentada por el propio gobierno regional ante la fiscalía contra la compra fraudulenta de una empresa brasileña por parte del Canal de Isabel II. La "gilipollas de Cristina Cifuentes", como le llamó el propio Ignacio González en una de las grabaciones de la Guardia Civil, representaba un riesgo potencial demasiado inconveniente para lo que el aguirrismo hizo o permitió hacer en Madrid. La investigación abierta no parece que vaya dejar títere con cabeza. Una larga lista de investigados de la que probablemente se caerán quienes simplemente convivieron con la corrupción imperante pero que a buen seguro engrosarán otros nombres que participaron entusiásticamente de ella al responder a un patrón de comportamiento implantado en el adn del PP.

El relato que nos llega desde los tribunales no puede ser más desolador. Les acusan de robar a manos llenas mientras recortaban el gasto en Sanidad, Educación y Servicios Sociales para afrontar la crisis. La única noticia buena es que el propio partido ha generado por fin algunos anticuerpos. El aplauso de cinco minutos que le dispensaba el Congreso Regional del PP de Madrid hace tan solo un mes será esta vez el último que ella reciba en política. Dice sentirse conmocionada, engañada y traicionada. Dice que se va porque no vigiló bien y cuando eso ocurre un político debe asumir sus responsabilidades. Lo que no ha dicho es porque tardó tanto.

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