
Los franceses despejaron ayer su peor escenario: que en la segunda vuelta de las elecciones a la Presidencia tuvieran que elegir entre una extremista de derecha, Mme. Le Pen, y un extremista de izquierda, M. Mélenchon. Los franceses han dado, pues, una oportunidad a la cordura: el domingo 7 de mayo la elección la harán entre el centro izquierda de M. Macron (al que pueden sumarse buena parte de los votos del centro y del centro derecha), y la extrema derecha de Mme. Le Pen (a la que pueden sumarse buena parte de los votos de extrema izquierda). Ayer, el centro (Macron & Fillon) sumó más votos que el conjunto de los sufragios de los extremos.
El sistema político francés está en ruinas. Igualmente, lo están los del Reino Unido e Italia, los de Holanda y Austria, el de España anda resquebrajado y el de los Estados Unidos puede escorarse aún más. Sólo resiste el sistema político de Alemania.
Los países más avanzados, democráticos y ricos, andan, pues, en plena vorágine entre el impulso del extremismo-populismo-nacionalismo-proteccionismo, que ofrece soluciones simples a problemas complejos, y el tambalearse de la centralidad, de la sociedad abierta-democracia liberal-europeísta-cosmopolita, confiada en los valores del Estado de Derecho.
Sin duda, con la integración europea, la globalización, la crisis y recesión y la desindustrialización de Europa, el paro y la inmigración son menos manejables. Hay en Francia problemas profundos (de productividad, empleo, competitividad, corrupción económica, fraude social, cansancio político) y hay hartazgo (ras-le-bol) y desafío (la France insoumise). Hay malestar, desconfianza, quiebra ideológica y moral, desconcierto e inseguridad en relación a la economía, al terrorismo y a los políticos y las elites. Hay sensación de ir a menos y de fin de época.
En esta campaña electoral francesa ha sorprendido la fuerza del extremismo político y la flojera de los candidatos centrados. De hecho, esto es lo habitual: el extremismo es inmediatista, el centrismo valora la complejidad; uno confía en el propósito y plazo corto de la política, y el otro en el largo propósito y plazo de la economía. Ésta es la limitación (y la virtud) del centrismo y aquélla es la ventaja (y el pecado) del extremismo.
En un contexto de crisis y de elecciones competitivas, el nervio del populismo puede desbordar el temple del liberalismo. De ahí la pujanza de los extremos. Y Francia está en crisis, siente que lo está, y percibe estas elecciones como atípicas. Hay crisis del sistema político de la V República, grandilocuente, intrínsecamente inestable, ineficaz, paralizada.
Hay crisis económica, con unos resultados magros, una industria obsoleta y un sistema empresarial sin músculo. Hay crisis social, con no integración de comunidades. En Francia, por haber crisis, hasta la hay cultural, con sequía de valores, incluso ¡literarios!
En sus muchas raíces y síntomas, la enfermedad francesa tiene una doble gravedad: la profundidad de sus limitaciones y la sostenida incapacidad para reformarse. De ahí la hondura de los retos de Francia: son de calado y se niega a afrontarlos, prefiere buscar un enemigo exterior y protección. En este contexto, surge la pregunta: ¿qué haría Francia sin fuera de la Unión Europea? La Unión permite competir y obliga a competir, a reformarse, a centrarse sobre unos modos comunes y un mercado asimilables. Fuera de la Unión Europea, los problemas de Francia serían muy superiores y tendrían muchos menos visos de resolución. Del mismo modo: una Unión Europea sin Francia, dejaría de ser tal.
La desestabilización de Francia, entretenida en elecciones, estas presidenciales hasta el 7 de mayo y las próximas legislativas (el 11 y 18 de junio a la Asamblea Nacional, y el 24 de septiembre parciales al Senado) tiene un gran riesgo político y económico. Afortunadamente, en 2016 y 2017 la economía ha mostrado una extraordinaria resiliencia ante decisiones insospechadas y muy disruptivas, como la victoria del Brexit y la de Trump. Pero una presidencia extremista de Francia (¡con salida de la Unión Europea y del euro!) daría lugar a un caos económico colosal.
Finalmente, adelantemos una reflexión tabú: Francia representa muchísimo para España. Es nuestro principal vecino, segundo socio comercial, y es punto de referencia político y cultural. Si Francia se hundiera en el infierno extremista, España le seguiría al poco.
Francia, España, Europa entera y el mundo, efectivamente, ven la próxima elección presidencial francesa entre el centrista Macron y la extremista Le Pen como un momento crucial para salvaguardar la libertad individual, la sociedad abierta, la democracia liberal, la economía de mercado, el consumo de masas, el Estado del bienestar, la integración social, y el entendimiento entre la gente y entre los pueblos. Sin duda, ¡Francia no defraudará! Seguirá inspirándonos la liberté, égalité et fraternité!