
Holanda. Francia. Italia. Alemania. Como si los mercados no tuvieran bastante con el riesgo político al que se enfrenta Europa, ahora tienen además una nueva preocupación añadida. La primera ministra británica, Theresa May, ha convocado unas elecciones generales repentinas para el próximo 8 de junio. Aquellos que esperaban que la agitación política existente en el continente se apaciguara y de este modo poder volver a la valoración de los mercados y de las empresas en función de parámetros tales como los beneficios y el crecimiento, sufren una enorme decepción. La política parece que dominará la agenda hasta bien entrado el verano.
No obstante, es probable que el Reino Unido se diferencie de los demás países. Existe la posibilidad de que las elecciones se conviertan rápidamente en una repetición del referéndum del Brexit, con la nueva discusión a fondo de los argumentos de si Gran Bretaña debería permanecer en la UE o abandonarla. Al final, los Conservadores de May volverán decididamente a ocupar el poder. Y este nuevo mandato les fortalecerá en el momento de negociar la salida, lo que a la larga redundará en un mejor acuerdo para el Reino Unido. Antes se producirán algunas turbulencias inevitables. Pero muy pronto se demostrará la conveniencia de unas elecciones para la libra y el índice FTSE 100. Theresa May no muestra hoy ningún signo de coherencia. Ha insistido repetidamente en que no convocaría elecciones antes de la finalización de su mandato en 2020. Hoy (martes) esto se ha quedado en simple palabrería.
Su antecesor, David Cameron, introdujo unos períodos parlamentarios fijos por lo que la primera ministra ya no tiene poder para convocar unas elecciones por sí sola. Pero presenta una votación en la Cámara de los Comunes. Necesitará la ayuda del Partido Laborista para conseguir la mayoría de dos tercios necesaria. Pero el Partido Laborista ha señalado que respaldará su decisión... y es muy difícil que un partido de la oposición se oponga a ir a las urnas y admita que le aterroriza enfrentarse al electorado. Las elecciones parecen ahora abocadas a celebrarse a principios del verano.
Hay montones de cuestiones que sería conveniente debatir en el Reino Unido. El estado de su servicio sanitario, por ejemplo, su excesiva dependencia de la deuda para el mantenimiento de su economía, o las reformas de su sistema educativo. Pero ya sabemos que el debate estará presidido por una sola cuestión, el Brexit. De hecho, May busca un mandato para su reconversión del Partido Conservador de un partido pro-europeo a un partido contrario a la UE. Y para asegurarse el apoyo electoral para su versión del abandono de la UE, lo que implica la priorización del control de la inmigración y de la restauración de la soberanía sobre el acceso al Mercado Único y la adhesión de la Unión Aduanera.
Todo apunta a que navegará sin esfuerzo hacia una victoria aplastante. Las últimas encuestas colocan a los conservadores unos 20 puntos o más por delante. El líder laborista de extrema izquierda Jeremy Corbyn se anota unas de las peores cifras que ha visto jamás su partido y no ha conseguido ningún argumento coherente sobre la UE. Es partidario de irse pero se opone a la versión de May, pese a que es obvio que no hay muchas más alternativas. Menudo lío. Los liberal-demócratas mantienen una posición definida y perfectamente honorable de revertir el resultado del referéndum. Las fuerzas anti Brexit (que siguen siendo importantes) podrían reunirse bajo esa bandera. Pero salvo que haya un milagro, es difícil que logren mucho más del 10% o 15% del voto. En junio, May volverá seguramente al gobierno con una mayoría considerable y la oposición estará aún más desorganizada que ahora.
Y eso solo puede ser positivo. En realidad, las elecciones conseguirán dos cosas.
La primera y más importante es que zanjarán de una vez el debate. El Reino Unido sigue amargamente dividido respecto a la salida de la UE. Los planes de May se rebatieron en la Cámara de los Comunes, la Cámara de los Lores, los tribunales y la calle. Un núcleo duro de defensores de la permanencia insiste en que la campaña del referéndum se tergiversó con medias verdades y mentiras tajantes, como si no fuera así en cualquier campaña electoral. Sobre todo, defienden que no se votó la versión del Brexit de May. Si regresa al poder, todos coincidirán sin duda en que la discusión está resuelta. Es perfectamente respetable que se defienda la reincorporación a la UE allá por la década de 2020, pero ya no se puede discutir que los británicos quieran salir.
La segunda es que fortalecerá a May en las negociaciones. Los líderes de Bruselas, París y Berlín se han aferrado a la creencia de que el Reino Unido entraría en razón, repensaría su decisión y, aunque no permaneciese en la UE, aceptaría seguir en el mercado único y pagar lo necesario por ello. Podían jugar con el factor de que May es una primera ministra no electa sin apoyo definido a su política europea. Eran dos debilidades. Después de unos comicios, que es cuando las negociaciones se empezarán a poner serias, estará del todo claro que cuenta con el apoyo de sus votantes, que es mucho más de lo que se puede decir probablemente de las personas al otro lado de la mesa. Y eso solo puede ayudar al Reino Unido a conseguir un acuerdo mejor. La amenaza de la UE de "castigar" a Gran Bretaña parecería aún más mezquina.
El 9 de junio, el Reino Unido habrá logrado dos cosas. Tendrá un gobierno estable y seguro para los próximos cinco años, algo cada vez más raro en el mundo desarrollado, y dispondrá de margen para lograr un acuerdo respetable de salida de la UE, con apenas barreras modestas, como mucho, a sus exportaciones al continente. En un mundo en el que las crisis políticas aumentan sin cesar, eso debería convertirlo en uno de los países más estables del G-20. Y si eso no es bueno para la libra y los valores británicos, que baje Dios y lo vea.