
Frente a su incapacidad para hacer política de consenso, Rajoy amenaza con llevarnos a las urnas si el Parlamento le obliga a pasar por debajo del futbolín. El miedo o el chantaje, como la irresponsabilidad institucional o la corrupción, son las patas de banco del desencanto, germen del cáncer populista.
Antes de que existiera Twitter, en España ya contábamos con nuestro propio Donald Trump ibérico. Se llamaba Jesús Gil y, entre otras hazañas deleznables, durante una década fue alcalde expoliador de Marbella, porque el PP y el PSOE habían decepcionado a los votantes.
Aquel presidente del Atlético de Madrid (club al que también estafó) decía que "el pueblo español está hecho para ser engañado". Un cuarto de siglo después, como epígonos de aquel fascista electo, tenemos muchos ejemplos, como el perdedor Geert Wilders en Holanda o como Marine Le Pen en Francia.
El fenómeno Trump
Trump ocupa el despacho Oval porque ni los demócratas ni los republicanos fueron capaces de hacer política, no al nivel adecuado, el suficiente como para cautivar a muchos. Ahora América se encuentra con un presidente que, más allá de la legitimidad del voto, practica la mentira como discurso político.
El presidente de EEUU dijo que Obama le había pinchado los teléfonos de su torre. Da igual que no haya ninguna evidencia, o que le acusen de difamación. Trump y Gil fueron elegidos gracias a que muchos desertaron por desencanto de la política. Franco decía: "Haga usted como yo, no se meta en política". Por supuesto que el presidente del Gobierno debe cumplir la ley y hacerla cumplir. Pero también debe hacer política, pactar, consensuar, y no tirar la toalla. Lo demás es el abismo.