
Últimamente, la política española parece regirse por las modas. Y la más reciente consiste en tachar de "delito de odio" toda conducta o comentario que contradice al del que profiere apresuradamente esa sentencia. En ocasiones no es más que un gesto inapropiado o fuera de lugar. En otros muchos casos ni siquiera eso, simplemente constituye una muestra más de la libertad de expresión inevitablemente plural a la que en una democracia todos tenemos derecho.
Hay, sin embargo, conductas que de unos diez años para acá, con más insistencia en los últimos meses, sí merecen ese calificativo. Sin embargo, apenas copan espacio en los medios de comunicación. Y lo hacen en el mejor de los casos porque para algunos ni siquiera existen.
La muestra más visible se puede observar a raíz de lo que está ocurriendo en Navarra. Al calor de un gobierno claramente afín a los más radicales independentistas, han salido de las cuevas los violentos que ya creíamos desaparecidos. Cuando desde las instituciones públicas el mensaje contra ETA y todo lo que significaba era nítido, de un rechazo sin fisuras, se escondieron. Ahora que se sienten amparados, ahora que se tacha de "facha" a cualquier víctima que ose alzar la voz para exigir la justicia a la que tienen derecho, vuelven a salir a la luz del sol. Primero agredieron a dos guardias civiles. Este fin de semana han protagonizado trágicos enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.
Irá a más, de eso no cabe duda. Porque el odio (ese sí lo es), ODIO con mayúsculas hacia todo lo español, se ha incubado en las familias, en las escuelas, en la plaza del pueblo y se ha difundido a través de la televisión. Tardará mucho tiempo en erradicarse. La pena es que los reproches que sus actos salvajes han suscitado, mínimos en cualquier caso, apenas se han dejado oír. Debe ser que no está de moda. Alguno dirá incluso que es libertad de expresión.