
Resulta que en EEUU ni el presidente está por encima de la ley. La orden ejecutiva que impedía entrar en ese país a ciudadanos procedentes de diferentes países que tenían su visado en vigor ha sido anulada por un juez. Algo aplaudido por mucha gente, entre otros la gauche divine mundial, la izquierda de salón.
Y es que la democracia, y no se puede negar que EEUU lo es, se basa en: a) la regla de las mayorías; b) el respeto a las minorías; y c) el imperio de la ley. El imperio de la ley es la defensa de los derechos individuales, las minorías y de toda la comunidad. En la democracia, el poder ejecutivo o el legislativo no puede hacer lo que quieran; sería la muerte del sistema. Por eso el poder judicial, que no es elegido por votación, es la clave. Es el garante de que se aplique la ley. Para ello debe ser independiente.
Montesquieu aportó a la ciencia política el concepto de la "división de poderes". El poder ejecutivo no puede saltarse al legislativo, ni olvidarse de lo que decide el judicial. En EEUU ha bastado la decisión de un juez para anular una parte de la decisión del presidente. Y nadie dice que ese juez sea un largo brazo del partido "demócrata", los Clinton o los Obama.
Respetan su decisión. Como respetan que Trump pueda proponer sustituir una vacante del Tribunal Supremo con una persona de su confianza; y como el propio Trump respeta que su propuesta deba pasar por los procesos establecidos en la ley para que pueda tomar posesión.
Allí todos respetan la ley. Una lección para quienes creen que basta con elegir al ejecutivo y el legislativo por votaciones para que un sistema sea democrático. Si no hay imperio de la ley, todo lo demás queda anulado. Los griegos, inventores de la democracia, nos dijeron que sin ley el sistema de votaciones puede derivar en demagogia (Aristóteles). Eso es lo que impide el sistema americano y es lo que deben aceptar todos los que quieren llamarse demócratas.