
A Alonso Quijano los libros de caballerías le sorbieron el seso y convirtieron su vida en una alucinante épica. Y Quijano devino Quijote. También las ensoñaciones esencialistas pueden transformar a personas admirables en esperpentos sectarios capaces de asumir lo aberrante como normal.
Traté durante muchos años a un gran Juez, respetuoso del justiciable, sensible más allá de la literalidad de la Ley. Un hombre que era un referente de equidad, proximidad y humanidad. Las puñetas de la toga no le habían cambiado.
Era un servidor de la Justicia, de la ciudadanía. No conozco un solo abogado que hable mal de él. Pues bien, ese Juez ejemplar, de nombre Santiago Vidal, se ha transformado a modo de doctor Jekyll y mister Hyde en alguien que asume como razonable la violación de los derechos individuales.
La creación de la Santa Inquisición nacionalista que separa los buenos Jueces (separatistas) de aquellos réprobos ("españolistas" que no participan de su credo exclusivo y excluyente), creando listas y prometiendo togas empuñetadas a los abogados dispuestos a relevar a la "chusma judicial" que no esté por su salvífica independencia.
Hoy este personaje, devenido orate, proclama entre sonrisas cómplices que la ciudadanía catalana está sometida a escrutinio. Que a su diestra se sentarán los propios y los réprobos pasarán a las "tinieblas exteriores donde todo es llanto y crujir de dientes".
Vengo del País Vasco. Conozco la música y la letra. Allá acompañada de los secos estampidos del 9 parabellum en manos de los malnacidos etarras. Una patología social que transforma una mente lúcida y abierta en un sectario capaz de lo que antes condenaba, define hasta qué punto puede envenenar la conciencia y la convivencia una doctrina que parte en dos la sociedad entre los "buenos catalanes" y los otros. Santiago Vidal, como los totalitarios, excluye de su paraíso a los que no quieren participar de él. A millones de catalanes como yo.