
A Donald Trump le gusta la confrontación y la bravata. Es lo que caracteriza su política hacia China y México. El tercer gran destinatario de críticas es la UE. En concreto, Alemania. En parte se debe a su burdo afán por desmarcarse de todo lo hecho por el expresidente Barack Obama, cuya relación con Angela Merkel fue excelente y fructífera.
Con los EEUU de Trump, la canciller quiere mantener alianzas y valores comunes: democracia, libertad, respeto a la ley y la dignidad del hombre. No obstante, el presidente norteamericano prefiere la provocación. Ensalzando el Brexit anima a otros miembros de la UE a seguir su ejemplo. Arremete contra la Unión tratando de aplicar la máxima de "divide y vencerás". Alemania ofrece la diana perfecta. Si la acogida masiva de refugiados fue según Trump un "error catastrófico" de Merkel, la orden ejecutiva del presidente que pone en vigor la nueva política migratoria es una equivocación monumental y contraproducente.
La orden responde a una sucia y oportunista (amén de caótica e injusta) política. Decir que es una medida de seguridad nacional es pura hipocresía, porque entonces hubiera tenido que empezar por vetar a los aliados Arabia Saudí y Egipto. Eso, sin embargo, no interesa a Washington.
En su primera conversación telefónica con Trump, Merkel expresó su rechazo. Las protestas generalizadas dentro y fuera de EEUU no refuerzan precisamente la posición política del locuaz mandatario. Su equipo ha pasado por ello a concentrarse en el aspecto económico.
Así, Peter Navarro, su asesor comercial, ha descrito el euro como una especie de marco alemán disfrazado. En una entrevista con el Financial Times, Navarro había acusado a Berlín de devaluar la moneda única frente al dólar para empujar sus exportaciones y así "explotar" a otros países.
Las acusaciones no son nuevas. Pero cuando Obama criticó en ocasiones la debilidad del euro, lo hizo esforzándose invariablemente por negociar de forma multilateral. La diferencia es clara: ahora se está atacando de forma deliberada a un solo país de la unión monetaria.
Con su gigantesco programa de compra de bonos, el BCE mantiene débil al euro. Alemania se beneficia. Es cierto, aunque Berlín no sea el forjador de esa política. De hecho, Alemania es el país que más ha criticado la política monetaria del BCE y Merkel ha recordado la absoluta independencia del mismo.
Tampoco hay que olvidar que con una alta calidad, el éxito de las exportaciones alemanas no depende tanto del precio. Considérese, además, que Alemania está bien integrada en la cadena de valor internacional. Ejemplo: sector automotriz. Excepto el montaje final, en la mayoría de los casos los productos intermedios se producen en países no europeos. Cuando el euro pierde valor, Alemania tiene que pagar esos productos y es a quien menos favorece.
La previsible intención de Donald Trump es abaratar el dólar nombrando defensores de una moneda débil al frente de la Reserva Federal estadounidense. El mandato de la la actual jefa, Janet Yellen, expira en un año. Acto seguido, volverían a bajar los tipos de interés. Se desatará una guerra monetaria que siempre perjudica a todos: las fluctuaciones aumentan y el crecimiento disminuye.
Las elecciones en Alemania y Francia este año son cruciales. No es casual el entusiasmo que el triunfo de Trump ha levantado entre los populistas del continente y en especial de la Alternativa por Alemania y el Frente Nacional francés. Es vital el continuado compromiso europeísta de los futuros gobiernos en Berlín y París. Mas no suficiente. La sintonía tiene que ser europea.
No hay que engañarse. Son desatinadas afirmaciones como la del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, incluyendo a EEUU entre las "amenazas" que pesan sobre la UE, junto al yihadismo o el resurgimiento de China.
Es evidente que Trump intenta acelerar nuestras desavenencias. A pesar de esto, EEUU es nuestro socio. Ni lleva a parte alguna excusar los fallos de Europa con la verborrea del magnate. La crisis de la UE es anterior a este presidente. El origen de la misma es en primer término interno.
Crecientes desequilibrios y una deficiente arquitectura institucional agravada por el déficit democrático. No basta con señalar a nacionalistas y populistas como los enemigos de nuestra convivencia. Ellos son la consecuencia, no la causa del problema.
Somos los europeos los que hemos de encontrar las soluciones para fortalecer la unión que nos ha brindado 60 años de paz y progreso. Conservando sus aspectos positivos, la UE debe reinventarse. Ser más eficiente, cercana y democrática. La irrupción de Donald Trump en el panorama político estadounidense, con las inseguridades que conlleva, puede ser el toque de atención que Europa necesita.