
Supone el 44% de las exportaciones del país, es el bloque único comercial más grande del mundo y está a un tiro de piedra. Además, casi todo el mundo se va a fijar en la decisión de la primera ministra británica de abandonar no solo la UE sino también el mercado único y se preguntará qué se toma y dónde se compra. Las empresas se preguntan inevitablemente si Gran Bretaña es un lugar seguro para tener su sede.
No cabe duda de que plantea un gran riesgo. La economía británica sufrirá sin duda daños colaterales y especialmente el importantísimo sector de servicios financieros, pero en ocasiones merece la pena tirar el dado. En realidad, el riesgo vale la pena por tres motivos: hay muy poca evidencia de que la membresía al mercado único merezca tantas molestias, refuerza su posición negociadora y puede asegurar al partido conservador una generación al poder. Si funciona (y es un caso hipotético) el premio será gigantesco.
Tras seis meses debatiendo qué quería decir con lo de "Brexit es Brexit', por fin lo hemos descubierto. En un discurso emblemático ayer en Londres, Theresa May aclaró que Gran Bretaña no está buscando un compromiso intermedio. El Reino Unido no formará parte del mercado único y es improbable que pertenezca a la unión aduanera. No se someterá a la ley europea. En efecto, escindirá prácticamente todos los lazos formales con la burocracia de Bruselas. Después de 2019, Gran Bretaña tendrá la misma relación con la UE que EEUU o Japón: un gran socio comercial y aliado político y militar; eso es todo.
Está claro que es una jugada arriesgada. En el periodo previo al referéndum, prácticamente todos los economistas del mundo advertían de que abandonar la UE y el mercado único causaría un gran daño a la economía británica. Desde junio, los líderes europeos vienen diciendo que no puede haber favores especiales para Gran Bretaña. Algunos incluso han llegado a afirmar que el país debería ser "castigado" por irse. Es la intención de muchos, incluida la Alemania de Angela Merkel, que Gran Bretaña salga peor parada amplia y demostradamente tras su salida. De lo contrario, otros países podrían seguir su ejemplo.
Había otras opciones sobre la mesa. El Reino Unido, si estaba dispuesto a seguir adelante con la libertad de circulación de personas, contribuir al presupuesto y aceptar la legislación europea, podría haber conservado alguna forma de membresía asociada de la UE. Casi como Noruega o Suiza, podría haber pertenecido al mercado único, pero no a la Unión en su totalidad. Para un país dividido por la mitad en cuanto a la membresía, parecería un compromiso razonable.
¿Por qué se la juega?
Entonces, ¿por qué se la juega May con la ruptura completa? Estos son los tres grandes motivos.
Primero, hay poca evidencia de que la membresía del mercado único merezca su precio. Cualquier país del mundo tiene acceso al mercado único, según las normas de la Organización Mundial del Comercio, aunque ocasionalmente esté sujeto a unos aranceles muy pequeños. Lo que se pierde al marcharse es tener voz en cómo se fijan las reglas de ese mercado y las molestias y el papeleo de la exportación. Su valor exacto es difícil de calcular. Lo que sí sabemos es que desde que se fundó el mercado único en 1992, la UE ha sido una de las regiones de crecimiento más lento del mundo y el comercio entre sus estados miembros ha empezado a bajar. Si es tan importante para una economía, resulta algo peculiar por no decir otra cosa. La única postura sincera es admitir que no tenemos la más remota idea de qué diferencia marca. Ningún país se había ido del mercado único pero, dadas las obligaciones que lo acompañan (sobre todo las fronteras abiertas y aportaciones al presupuesto), quizá no valga mucho.
Segundo, refuerza la posición negociadora del Reino Unido. Si Gran Bretaña se pone a regatear los términos de su salida porque ha decidido dejar el mercado único y no quiere nada de Bruselas, de repente el diálogo cambia. Al fin y al cabo, hay dos cosas que la UE quiere del Reino Unido: la aportación neta al presupuesto, que representa el 7% de su total de gasto, y el acceso a nuestro mercado, ya que el Reino Unido presenta un importante déficit comercial con Europa. Tampoco lo necesitan y sobrevivirá sin ellos, pero ayudan. Si el Reino Unido puede ofrecer ambas cosas y no pedir prácticamente nada a cambio, es más probable que consiga lo que realmente quiere, es decir, acceso libre a Europa para su sector financiero.
Por último, la política lo favorece. El partido conservador se ha reconvertido increíblemente deprisa en el partido del Brexit. Puede que sea una decisión errónea o acertada, pero es donde está la mayoría del país ahora mismo. Después de todo, el bando del Leave ganó el referéndum pese a las fuertes advertencias de catástrofe desde el resto del mundo. Entre sus oponentes, los liberales demócratas quieren volver y los laboristas están irremediablemente indecisos. Si el Brexit es un éxito razonable (y eso solo implica retomar el control de sus fronteras y que la economía siga expandiéndose, aunque sea más despacio que antes), entonces los conservadores se verán recompensados con el poder durante una generación.
Es un premio por el que vale la pena luchar. Aunque obviamente los riesgos son grandes, el trastorno potencial para la economía puede ser mucho peor de lo que se cree. La libra podría hundirse, la inflación estallar y el paro empezar a subir. Si algo de eso sucede, May pasará a la historia como una primera ministra catastrófica, pero es más probable que acierte y el Brexit duro acabe siendo la mejor opción posible.