Firmas

Tres asuntos que seguirán en 2017

  • Terrorismo, populismo político y nacionalismo independentista
Foto: Getty.

El tiempo pasa y lo que eran asuntos preocupantes en 2014, que siguieron siéndolo en 2015, se han transmitido a 2016 y parece que será lo que marque el devenir de 2017. Se trata de tres temas de orden político que se entrecruzan con la economía y determinarán el futuro de esta, además de tener carácter global. Hablamos del terrorismo (en este caso de origen islamista), del populismo político en sus diferentes modalidades, y del nacionalismo independentista, que también se da en diversas formas. Y decimos que interfieren en la economía pues ponen trabas al crecimiento económico y frenan los necesarios ajustes que se podrían hacer de una manera ordenada en lugar de venir forzados por decisiones coyunturales.

El terrorismo islamista, aunque pueda parecer lejano, se encuentra, sin embargo, muy cerca. Acaba de suceder un trágico atentado en Alemania que a buen seguro tendrá una fuerte influencia en el nuevo panorama político alemán, con el consiguiente impacto en la política europea y sus efectos en el conjunto de Europa. Además, ningún país está libre de que hechos similares sucedan en su propia geografía. Es sabido que el terrorismo, independientemente de sus características, busca desestabilizar el orden constituido. Sus técnicas buscan alimentar las disensiones internas del país que lo sufre, a la vez que, con las conexiones de la regionalización y de la globalización, amplía el espacio de tales disensiones, poniendo a las sociedades que lo sufren en un estado de shock permanente que las conduce a divisiones donde no se sabe realmente qué hacer. Un hecho que da fuerza a aquellos grupos que buscan nuevas formas de involución, ya sea con medidas restrictivas respecto de las migraciones o simplemente cuestionando la validez de los modelos de integración regional. Véase la poca unidad que existe en Europa respecto de este fenómeno, cuyo resultado último se concreta en ofertas políticas que cuestionan la integración europea.

El segundo elemento está de alguna manera conectado con lo anterior. Se trata del populismo político. Todas las democracias están sumidas en este nuevo fenómeno, al que, quizás sin desearlo, pero por pura supervivencia, se suman otros partidos muy alejados de esta forma de pensar: primero por su historia y, segundo, por sus propias convicciones. El populismo se ha asentado con fuerza en Grecia, la más antigua democracia del mundo. Allí acabó con el partido socialista griego, y se ha expandido fuera de sus fronteras con fuerte ímpetu. En España tenemos a Podemos que ha captado parte del PSOE; no en vano, coexisten, aunque ya no sea noticia, en importantes Ayuntamientos y varias Comunidades Autónomas. Por poner un simple ejemplo que podría extenderse a otros casos: lo que sucede en la ciudad de Madrid no es simplemente porque las diversas confluencias de Podemos en la capital carezcan del más mínimo rigor en la gestión o no hayan tenido parecidas experiencias previas, sino porque el PSOE apoya esa situación; de manera que el populismo se ha imbricado en la socialdemocracia que representaba el partido político más antiguo de España; a la vez que ha diluido al Partido Comunista hasta llevarlo a su desaparición como tal. Pero se puede saltar el océano y ver cómo la democracia más poderosa del mundo está a las puertas de entrar en lo desconocido. Nadie sabe a ciencia cierta cual será el efecto Trump en la política americana y, por ende, su efecto global. Poco importa que sean los republicanos quienes controlen el Congreso y el Senado, ya que los republicanos de hoy poco tienen que ver con aquellos que llevaron a la presidencia a Ronald Reagan. Un populismo que obligará en sus diferentes formas a adaptar las decisiones económicas de otros partidos, con la consecuencia de que no se hará lo que hay que hacer en beneficio de la mayoría, sino lo que marque una política defensiva con decisiones de corto alcance en beneficio de unos pocos.

Y con lo anterior se enlaza el nacionalismo en su forma independentista, que no busca sino satisfacer sus pretensiones sin pagar su coste. El Brexit es un buen ejemplo. Sus impulsores, en el fondo, sólo pretenden seguir manteniendo los beneficios de la permanencia en el mercado común europeo sin las desventajas que tendría buscarse la vida en los mercados globales. Al igual que el independentismo patrio no pretende sino mantenerse agarrado a Europa en una fórmula imprecisa que no les desconecte del resto España a quien trata de involucrar a costa de perjudicar al resto de los españoles. Estrategias bien concebidas que, al igual que sucede con los dos casos antes comentados, suma adhesiones del entramado populista y todo lo que este ha conseguido atraer. Será muy difícil que en estas condiciones el futuro económico se mantenga en una senda de crecimiento consistente. En España, en 2017, estará quizás cercano al 2,5%, pero es indudable que asoma de nuevo en el horizonte una crisis que vendrá asociada a lo anterior aunque se manifieste de forma distinta.

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