Firmas

El PSOE en su laberinto

  • Los socialistas tienen que definir su propia ideología y generar confianza

No se sabe si Pedro Sánchez aspira a la resurrección o a un simple reestreno. De momento, es un hombre metido en un coche cuyo discurso político induce tanto al sueño que podría venderse en farmacias. Perdió el liderazgo de la oposición como quien pierde un amor eterno: por el simple error de una frase arrogante que nunca debió pronunciar o por un exceso de confianza en sus expectativas. Y en este caso, también por cortejar al enemigo, adorando y admirando a quienes le muerden el electorado.

Sánchez es y fue el joven contento que, mirando a la izquierda, no distingue bien entre amigos y rivales y que se queda siempre sin merienda en el patio del colegio. Cuando eso le pasa a uno, hay que ayudarle. Cuando le pasa a muchos por culpa de uno, hay que hacer que dimita. Y una vez fuera, Sánchez quiere ser el Cid a bordo de un coche cuya ITV parece al menos sospechosa.

Ahora parece que hizo política pensando solamente en cómo le quedarían sus frases a Margarita Robles y a Susana Sumelzo cuando él novelara su fracaso en programas de televisión, para ocultar que negociaba con los folios en blanco, con la mente en Disneylandia y con los brazos en alto. Da la sensación de que solo un vistoso derrape de su coche sería capaz de dejar alguna huella y que en un Gobierno como el que planeaba, de diez partidos a granel, cada uno a lo suyo, incluso los ministros más valientes serían incapaces de salir de su despacho sin apagar antes todas las luces y apoyar la espalda en la pared.

Como si sacara a hombros su propio cadáver político por la España plurinacional, federal, confederal o asimétrica y sentado al volante de su coche revolucionario, progresista y reformista, alternativo y de amplio espectro, corre ahora el riesgo de darse cuenta de que sus más claras ideas (como la inolvidable y fecunda "no es no"), pueden sobrevivir a un Congreso Federal en contra, pero se esfuman siempre cuando falta aparcamiento y dinero para gasolina.

Sánchez es el resultado de un PSOE que no sabe quién es, ni de dónde viene, ni adónde va. El PSOE apoya a Podemos en Madrid, Podemos le apoya en Castilla-La Mancha, pacta con el PNV el reconocimiento de la nación vasca, apoya a Colau y a Kichi. El PSOE que alumbró a Sánchez y el PSOE que lo echó son el mismo y su contrario como lo es en Andalucía, donde le apoya Ciudadanos, y en Cataluña, donde huye de Rivera. De un partido así de divertido e incoherente, ya no se sabe si esperar una idea, un logaritmo o una autopsia. No se sabe si en Ferraz ven una nación, ven varias pero solo culturales o quizá tres o cuatro, pero solo hipotéticas, o quieren una Constitución plurinacional extrínseca a un eje, siendo equis el eje de abscisas.

O el PSOE define su identidad, si es o no es revolucionario, si es o no español, si es o no constitucional en todas partes y en todas las elecciones, de modo que permita a los españoles saber dónde cabe y dónde no cabe o la cobardía respecto a su propia ideología, su poliédrica conversión permanente, lo dejarán en el residuo de lo que fue. Los electores quieren saber quién es quién. Los mutantes disfrazados y en claroscuro solo dan sombra y no generan confianza.

Ningún votante sobrevive al despiste permanente, a ese incoherente ser y no ser hamletiano, como ningún joven enamorado sobreviviría, ni siquiera con mucho amor, a la contradicción de una pareja que, además de tener una gestora en Ferraz y un coche por los campos, le ofreciera la contradictoria idea de un desnudo de cuello alto y manga larga.

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