
¿Significa la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos que la globalización ha muerto o exageran en gran manera los rumores sobre la desaparición del proceso? Si la globalización padece solo una incapacitación parcial y no ha contraído una enfermedad terminal, ¿deberíamos preocuparnos? ¿Cuánto importará la ralentización del crecimiento comercial, ya en el horizonte, para la economía global?
El crecimiento del comercio mundial debería estar aminorando incluso sin Trump en el Gobierno. Ya estaba plano en el primer trimestre de 2016 y cayó casi un 1 por ciento en el segundo trimestre. Continúa una tendencia anterior: desde 2010, los intercambios globales han crecido a un ritmo anual de apenas el 2 por ciento. Junto con el hecho de que la producción internacional de bienes y servicios se ha elevado en más del 3 por ciento, significa que el índice de comercio sobre PIB ha caído, frente a su tendencia firme alcista de unos años antes.¡
Esta trayectoria preocupante, sostienen los expertos en globalización, refleja el proteccionismo en alza manifestado en la oposición popular al Acuerdo Transpacífico (TPP) y al Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP), y últimamente en la victoria electoral de Trump. Implicaría que los beneficios de la apertura y la especialización se están yendo al traste. La causalidad en la economía puede que sea elusiva pero en este caso no es así. Hasta ahora, el crecimiento menor del comercio ha sido el resultado del crecimiento menor del PIB, y no al revés.
Es especialmente evidente en el caso del gasto en inversión, que ha caído bruscamente desde la crisis financiera global. El gasto en inversión es intensivo en comercio porque los países dependen desproporcionadamente de un puñado relativamente pequeño de productores, como Alemania, para bienes de capital tecnológicamente sofisticados.
Además, el menor crecimiento del comercio refleja la desaceleración de la economía china. Hasta 2011, China crecía a índices de dos dígitos y las exportaciones e importaciones chinas aumentaban a un ritmo aun mayor. El crecimiento del gigante asiático ha decrecido un tercio, provocando un menor avance del comercio chino.
El milagro del crecimiento chino, que ha beneficiado a una quinta parte de la población de la Tierra, es el suceso económico más importante del último cuarto de siglo pero solo puede ocurrir una vez. Ahora que esa fase ya se ha acabado en China, este motor del comercio global se ralentizará.
El otro motor del comercio mundial han sido las cadenas de suministro global. El comercio de piezas y componentes se ha beneficiado de la bajada de los costes de transporte, reflejo de la utilización de contenedores y los avances afines en logística. Pero la eficiencia en el transporte no seguirá mejorando más deprisa que la eficiencia en la producción de lo que se está transportando. Los fabricantes de vehículos a motor ya transportan sistemas de transmisión de automóviles varias veces a través de la frontera de México durante la producción. En algún momento, el desembalaje continuo de ese proceso de producción llegará al punto de disminuir los beneficios.
¿Deberíamos preocuparnos porque el comercio crece con más lentitud? Sí, pero solo como un médico se preocupa con un paciente febril. La fiebre no suele ser mortal sino un síntoma de otra enfermedad subyacente. En este caso, la enfermedad es el crecimiento económico lento, también conocido como estancamiento secular, producido por una inversión deprimida, que a su vez refleja problemas financieros e incertidumbre política.
Esa es la enfermedad subyacente. Los acuerdos comerciales, como el TPP o TTIP solo lo abordan oblicuamente. Un mayor gasto en infraestructuras por los gobiernos, para impulsar la inversión y el crecimiento directamente, sería más acertado. Está por ver si el gobierno Trump y el nuevo Congreso estadounidense pueden diseñar y ejecutar un programa de gasto productivo en infraestructuras.
Más en general, es necesario el consenso político sobre políticas de fomento del crecimiento para que la inversión no sea rehén de las luchas internas políticas. Que sea posible con el Gobierno de Trump es otra cuestión pendiente.
El caso de los flujos transfronterizos de capital financiero es aun más dramático. Los flujos brutos de capital (la suma de flujos de entrada y salida) no solo crecen más lentamente sino que han bajado mucho en términos absolutos desde sus niveles de 2009.
Aun así, lo dramático no tiene por qué ser alarmante. De hecho, son los préstamos y créditos bancarios transfronterizos principalmente los que han caído. La inversión directa extranjera (los flujos financieros para construir fábricas extranjeras y adquirir empresas foráneas) continúa en sus niveles previos a la crisis. Lo mismo pasa con los préstamos y créditos transfronterizos en los mercados de bonos y capitales.
Esta diferencia se refleja en la regulación. Habiendo llegado a la conclusión acertada de que los préstamos bancarios transfronterizos son especialmente arriesgados, los reguladores han puesto el freno a las operaciones internacionales bancarias. En respuesta, muchos bancos han limitado sus negocios transfronterizos.
En lugar de alarmar a nadie, debería contemplarse como algo tranquilizador porque las formas más arriesgadas de finanzas internacionales se han restringido sin alterar unas formas más estables y productivas de inversión extranjera. Nos enfrentamos ahora a la perspectiva de que el gobierno de EEUU revoque la ley Dodd-Frank y revierta las reformas financieras de los últimos años. Una regulación financiera menos estricta podría compensar la recuperación de los flujos de capital internacional pero debemos tener cuidado con lo que deseamos.
(Artículo de Barry Eichengreen para Project Syndicate)