
Como texto publicitario, sorprende por su ingenio: "Tired of the fog? Try the frogs" (¿cansado de la niebla? Prueba con los franceses) es el lema que conjura un nuevo grupo de trabajo de líderes empresariales y corporativos franceses que quieren tentar a las empresas de la Gran Bretaña post-Brexit a reubicarse en su capital.
Habrá que ver si funciona, aunque cada vez se le unen más. Berlín acaba de montar un despacho en Londres exclusivamente para dirigirse a las empresas tecnológicas y Frankfurt corteja a los grandes actores de la City. Muchos europeos piensan que cientos de empresas dejarán el Reino Unido en los próximos años y se mudarán a la Europa continental, y quieren un trozo de ese pastel.
Pero esperen un segundo. ¿Pasará en realidad? Unas pocas lo harán, no cabe duda, pero el éxodo probablemente será muy lento. Y es que mientras seduce a las empresas afincadas en las islas, casi toda Europa es cada vez más hostil a los negocios y a los grandes negocios en particular. Es cierto que el acceso al mercado es importante pero no es ni mucho menos el único factor a la hora de decidir dónde ubicar una empresa. Los impuestos, la normativa y la estabilidad cuentan lo mismo y, a esos respectos, Europa no lo está haciendo nada bien.
Con un índice de crecimiento global del 1,4%, en la economía europea no hay demasiados puntos positivos. Sí hay un mini-boom de misiones de generación de comercio para atraer a empresas afincadas en Gran Bretaña. Suponiendo que muchas empresas están muy pero que muy preocupadas por perder acceso al mercado único, las delegaciones se han extendido por todo el Reino Unido, promocionando las virtudes de una región u otra. La empresa que no haya recibido a una de ellas a estas alturas se estará sintiendo desplazada.
Los franceses y alemanes están siendo los más activos, como sería de esperar de las dos mayores economías de la UE. Además de la última campaña publicitaria, el Banco de Francia ha creado una unidad especial para empresas que huyan de la City y promete imprimir todas las normativas en un idioma despreciado como el inglés, mientras que el primer ministro Manuel Valls ha prometido un régimen fiscal único para los expatriados del otro lado del Canal.
Berlín ya tiene oficina en Londres y Frankfurt se ha ido de gira por los bancos. Sin duda, los españoles se dirigen a los fabricantes de coches en el Reino Unido, los holandeses a los gigantes farmacéuticos y los italianos a los sectores británicos en auge de la moda y los medios. Después de todo, Milán luce más en una etiqueta que Londres y si la oficina se alimenta de capuchinos, se sentirán más en casa en Roma o en Turín que en cualquier otra parte.
Todo eso está muy bien. El capitalismo prospera con la competencia. Los británicos decidieron salir de la UE, contraviniendo el consejo de casi todo el mundo. Si el resultado es que muchas empresas se van y las personas pierden su empleo, no deberían quejarse. Ni que no les hubieran avisado.
Pero, ¿harán muchos el cambio? El resto de Europa, por decirlo suavemente, está enviando mensajes muy confusos. Pensemos en la campaña francesa tan ingeniosa. Uno de los líderes del grupo de trabajo es Anne Hidalgo, la alcaldesa socialista de París. Cuando no está intentando persuadir a los líderes empresariales de que dejen la capital británica por la francesa, hace campaña contra la expansión del servicio de entrega de alimentos de Amazon a su ciudad. En julio advirtió de que la empresa podía "desestabilizar seriamente" el sector minorista existente y prometió luchar para que se implanten restricciones jurídicas a sus intentos de ampliar el servicio.
Sin duda, Amazon "desestabilizará seriamente" a las tiendas actuales. Es lo que tiene Amazon. Dicho eso, ha cumplido todas las leyes francesas y tiene derecho a probar suerte en el mercado. Resulta que Amazon es uno de los principales empleadores de Londres (la empresa está en proceso de abrir una oficina enorme cerca de Liverpool Street). ¿Se dejará tentar por la oferta de Hidalgo de trasladarse a París mientras defiende una legislación que les arruine? Es improbable.
Alemania no pinta mucho mejor. Puede que dedique muchos esfuerzos a atraer a las empresas con sede en Gran Bretaña pero no estará tan contenta cuando hayan llegado. El país se está poniendo nervioso últimamente con unas cuantas OPAS chinas de empresas alemanas y el ministro de economía Sigmar Gabriel defiende controles en toda la UE de las adquisiciones en Europa. ¿Querrán las empresas mover su sede a un país donde la compraventa de negocios está tan mal vista? También es improbable.
España no anda mucho mejor. La UE acaba de dictaminar contra sus contratos de trabajo temporal, una de las pocas maneras en que las empresas consiguen eludir unas leyes laborales disparatadamente restrictivas. Pocas empresas querrán mudarse a un sitio donde no pueden contratar y despedir a la gente cuando haga falta.
La cuestión es que existe una serie complicada de motivos por los que las empresas tienen su sede en un lugar y no en otro. Los impuestos son un factor. La regulación del mercado laboral es otro. La actitud de los políticos locales, el tercero, y la facilidad de hacer negocios, el cuarto. El acceso al mercado está obviamente en la lista pero al final es solo un factor de muchos y el acceso al mercado, recuerden, suele garantizarse con una sucursal bastante pequeña dentro de un bloque comercial.
Gran parte del debate del Brexit parece suponer que el acceso al mercado es lo único que cuenta y no es verdad. El Reino Unido, cuando abandone la UE, puntuará peor en ese respecto pero seguirá obteniendo muy buena nota en el resto. Por eso, París y Berlín se darán cuenta de que el rendimiento neto de sus esfuerzos para atraer a las empresas del Reino Unido acaba siendo muy decepcionante. Tal vez la niebla sea mejor que las alternativas.