
La RAE define compromiso como "obligación contraída, palabra dada". Romper lo que has prometido es una decisión compleja y diferente en cada caso, pero con un denominador común: siempre tiene un coste. El PSOE decidió el pasado 23 de octubre dejar atrás su compromiso de no facilitar ni por activa ni por pasiva un Gobierno del PP liderado por Mariano Rajoy. En cambio, decidió abstenerse en la segunda votación de investidura y dejar gobernar al que ha sido su archienemigo político, un giro que cambia por completo las reglas del juego. Esa vuelta a empezar, como decíamos, no es gratis: y es que romper un compromiso es tan legítimo como lo es que la contraparte afectada reaccione a ello como considere, con todas las variantes y escenarios que eso supone.
En el mundo de la empresa es habitual que se rompan acuerdos, se contraoferte y se vuelva a empezar. No se trata de esquemas comparables, porque las reglas del juego que rigen el ámbito empresarial son diferentes, pero, salvando las diferencias, me acerco a los expertos en liderazgo para preguntar cuál es la clave a la hora de romper un compromiso y no morir en el intento. La clave, señalan, es la justificación que se dé. "Si los motivos son razonables, la otra parte probablemente lo entenderá. Pero si no lo son, se romperá o dañará la confianza y la relación", apunta Miriam Ortiz de Zárate, socia directora del Centro de Estudios del Coaching (CEC).
¿Será tan simple una crisis política como eso? Evidentemente no, pero puede que sí sea el quid de la cuestión en el culebrón socialista. Nadie duda de que el giro desde el no a la abstención del PSOE es cualquier cosa menos una decisión fruto del azar, pero los motivos, envueltos en declaraciones, disputas, luchas de poder, amenazas y conspiraciones, están lejos de ser claros. A eso sumamos el imperativo de que sea una abstención en bloque, en vez de limitarse a once diputados. Un todo o nada que no se ha justificado, ni bien ni mal, más allá de que "así debe ser porque así se ha decidido". "Es por fastidiar", mascullaba hace un par de días un parlamentario socialista que está entre los que reniegan del mandato de la Gestora.
En ese bando está el Partido Socialista Catalán (PSC) y un puñado de diputados cercanos al ex líder socialista, Pedro Sánchez, y reacios a sumar otra renuncia en su currículum socialista. Y están muchos votantes socialistas, que no aceptan que su partido contribuya, aunque sea por omisión, a revalidar a Rajoy en La Moncloa.
¿Qué hacer en estos casos? ¿Por dónde empezar a coser el roto? "Por el diálogo", dicen los expertos en entrenar a responsables empresariales. "Hace falta mucho diálogo, hablar mucho y con mucha calma y evitar posturas emocionales que, aún siendo legítimas, no contribuyen a resolver un compromiso roto", me explican.
Factor emocional
Pero si algo sobra en el partido socialista son, precisamente, argumentos emocionales. Desde ambos bandos se entremezclan las acusaciones mutuas con las filias, en una pugna para ver quién es el más socialista, el más fiel, el más patriótico o el más comprensible. Todos coinciden en que el partido está roto, "pero yo no he visto a nadie con aguja e hilo", lamentaba con melancolía hace un par de días un diputado socialista en los pasillos del Congreso, y "de la melancolía a la depresión hay un paso", auguraba otro.
El pasado jueves los 84 diputados del partido socialista votaron la misma opción: no a que Mariano Rajoy sea presidente del Gobierno. Cuarenta y ocho horas después se rompió la unidad de voto en el PSOE. El consenso y el compromiso se habían quebrado mucho antes. Ahora el partido tiene unas cuantas conversaciones difíciles en la hoja de tareas pendientes. Qué pasará en ellas es difícil de prever, pero "cuando se rompe un vínculo ambas partes pueden empezar de nuevo", apuntan los expertos de coaching. Y es que la melancolía a veces se torna liberación.