
Con la celebración esta semana en A Coruña del Congreso Nacional de la Empresa Familiar vuelve a estar de actualidad esta particular tipología de organizaciones, forma dominante de estructura empresarial en el mundo. Hay quien sigue asociando la empresa familiar inexcusablemente con una pequeña empresa y deficientemente gestionada, pero es una visión simplista e injusta. En España la mitad de las grandes compañías son familiares, así como el 30% de la lista Fortune 500, y un estudio de la consultora McKinsey establecen que el 60% de las empresas más grandes en mercados emergentes tiene carácter familiar.
En la Gran Recesión, de la que estamos empezando a salir, confluyó una triple crisis: financiera, económica y, sobre todo, de valores. Por el dinero valía, y vale, todo. Esa ausencia de valores explica muchas de las malas prácticas que devastaron algunas de las tradicionales economías más prósperas del planeta, generando un terrible impacto hacia amplias capas de la sociedad que han sufrido sus perversos efectos, con especial incidencia en España donde, hablando de valores, no queda un solo estamento libre de pésimos ejemplos: grandes empresarios, sindicatos, políticos, Casa Real, bancos, jueces? La sociedad demanda liderazgos fuertes. Pero liderar supone desplegar conductas ejemplares. Necesitamos modelos que sean referentes. Y ponerlos en valor. Líderes a los que se les ve su fondo en los momentos duros.
Precisamente en esos períodos críticos, prolongados y difíciles las empresas familiares han seguido dando la cara con generosidad y responsabilidad social, aguantando el tirón aun a cambio de grandes sacrificios personales. Por ejemplo, en 2007 por cada millón de euros de facturación, una empresa familiar creó 4,7 empleos frente a los 3,1 puestos creados por las no familiares. En 2013, éstas últimas habían reducido la creación de empleo una décima, mientras las familiares la habían incrementado en 4 décimas.
La sociedad debe reconocer el relevante rol que juegan en nuestra sociedad las muchas y buenas empresas familiares. Particularmente los gobernantes deben tomar conciencia del papel vertebrador que desempeñan y sus extraordinarias contribuciones en muchos ámbitos, como en la creación de empleo, y no verlas sólo con afán recaudatorio, una concepción peligrosa que golpea en la línea de flotación de la continuidad de la empresa familiar.
Pero hay que demandar también a las familias empresarias mayor rigor y sentido de la responsabilidad. Vivimos un tiempo nuevo. Más aún, una nueva era. Empezamos a tomar conciencia que estamos ante la IV Revolución Industrial. Las familias empresarias deben comprometerse para trabajar en la adaptación a una realidad distinta. Un contexto empresarial más competitivo y dinámico que nunca, marcado por la confluencia en espacio y tiempo de globalización y digitalización.
Los accionistas, administradores y directivos de las empresas familiares deben asumir y liderar esta necesaria transformación, tomando conciencia que la transformación debe empezar por las personas y por sus líderes, que deben ser fuente de ejemplo, inspiración y motivación. Pero este tiempo nuevo también obliga a una transformación del gobierno de la familia, el otro puntal de este tipo de organizaciones. Hay que asegurar la cohesión y el alineamiento en torno a un proyecto y valores compartidos en un contexto marcado por dos factores que lo complican todo.
Por un lado, hay una mayor esperanza de vida, que en muchos países ya se sitúa por encima de los 80 años con lo que en varias empresas familiares conviven cuatro o cinco generaciones y, por otro, que cada día hay más ciudadanos con cosmovisiones diferentes. Se viaja más, se hablan más idiomas, se está más formado e informado, se trata con más gente. Y se ha ganado en diversidad. Además, la familia tradicional típica de las sociedades occidentales ha dejado lugar a esquemas más complejos y variados. Enorme reto gestionar estas nuevas estructuras y relaciones familiares.
Considero que es imposible gestionar esta nueva realidad con estilos cerrados basados en los tradicionales paradigmas. Se impone una nueva mentalidad mucho más abierta. De hecho, el buen gobierno nutre al ecosistema familiar/empresarial de consejeros independientes que, con sus aportaciones, permiten que entre aire fresco. Nuevas ideas. Lo cual, en cualquier ámbito, suele ser saludable.