Jamás desaprovechar una crisis ha sido desde siempre uno de los principios rectores de la Unión Europea, pero ¿y cuándo hay cinco crisis a la vez? Ahora, la UE se enfrenta a lo que Frans Timmermans, el vicepresidente de la Comisión, describe como una "multicrisis": el Brexit, los flujos de refugiados, la austeridad fiscal, las amenazas geopolíticas al oriente y al sur, y la "democracia iliberal" en el centro de Europa. En vez de desaprovechar las crisis, la UE podría echarse a perder por ellas.
De ser así, el Brexit será el detonante de la demolición. Al legitimar el concepto de la ruptura de la unión y convertir de paso una fantasía de los extremistas políticos en una opción realista de la política general en toda Europa, el Brexit podría desencadenar un proceso irresistible de desintegración. Además, transformará la economía, paralizando el BCE en la próxima eurocrisis. Aunque la institución siempre puede derrotar a la especulación del mercado, está indefenso ante las presiones de ruptura de los votantes.
Por eso, la UE necesita urgentemente volver a meter al genio de la desintegración en el frasco. Y eso implica convencer a Reino Unido de que cambie de opinión sobre Europa, lo que de acuerdo con la creencia generalizada a ambos lados del Canal de la Mancha, es imposible.
Aun así, muchas cosas supuestamente imposibles están ocurriendo hoy en día en política. La mayoría del referéndum del 23 de junio fue mucho más escueta que la de la consulta escocesa sobre la independencia en 2014 o que los votos negativos a los tratados de la UE en Irlanda, Dinamarca y Holanda, todos los cuales fueron revertidos después. Es más, el 52% de quienes votaron a favor del Brexit estaban profundamente divididos en sus objetivos, dado que algunos estaban dispuestos a aceptar un sacrificio económico a cambio de un Brexit duro (la separación total de Europa, de la que ahora se vuelve a hablar) mientras que otros esperaban un Brexit blando que minimizara las repercusiones para la economía británica.
Según las encuestas post-referéndum, tres cuartas partes de los votantes del Leave esperaban que la economía británica se reforzara o no se viera afectada por el Brexit, y el 80% creían que el Gobierno tendría más dinero para gastar en servicios públicos a raíz de su voto. Los votantes del Brexit son tan optimistas porque se les dijo (sobre todo el actual ministro Boris Johnson) que Reino Unido podía "nadar y guardar la ropa" gracias a un nuevo acuerdo que mantendría todas las ventajas económicas de la membresía de la UE sin ninguna de las obligaciones o gastos.
Cuando las expectativas decepcionen, la opinión pública cambiará. Ya el 66% de los votantes sostienen que mantener el acceso al mercado es más importante que restringir la inmigración, si el país no puede tener ambas cosas. Eso contradice directamente con las prioridades de la primera ministra May.
Como las expectativas públicas de un Brexit blando y económicamente inocuo serán imposibles de conciliar con el rechazo de todas las obligaciones de la UE que exigía la facción dura del partido conservador, May no puede ganar. Elija el camino que elija, se enfrentará a la mitad de su partido y con una gran porción de los defensores del Brexit, por no hablar del 48% de los votantes que quieren permanecer en la UE.
En cuanto se desencadene la reacción, muchos políticos conservadores ambiciosos a quien May purgó del Gobiernon estarán dispuestos a aprovecharse. George Osborne, que fue despedido en el acto como ministro de Hacienda, ya lanzó el guante, desafiando su mandato democrático: "El Brexit ganó por mayoría; el Brexit duro, no". Hasta la debilidad de los partidos británicos en la oposición le perjudica a May y permite a los opositores conspirar en su contra, convencidos de que no pueden perder poder.
La UE también tiene que cambiar
Todo esto implica que la política británica será muy fluida cuando las condiciones económicas se deterioren y los votantes empiecen a cambiar de opinión. La UE debe animar esos cambios de opinión, es decir, dejar de tratar el Brexit como algo inevitable y ofrecer la posibilidad de un compromiso que atienda a las preocupaciones de los votantes británicos con la condición de que el país siga en la UE.
La manera más obvia de conseguirlo sería suscribiendo un acuerdo en toda la UE sobre un mayor control nacional de la inmigración y otras cuestiones simbólicas relacionadas con la soberanía nacional. Un acuerdo así no debe considerarse una con- cesión al chantaje británico si se ampliase a todos los países de la UE y se presentara como respuesta a la opinión pública en toda la unión.
Haciendo de su respuesta a las presiones democráticas una virtud, la UE podría recuperar el apoyo, aunque para enviar un mensaje positivo a los votantes los líderes europeos deben redescubrir el don del compromiso pragmático y el regateo intergubernamental que solía ser el distintivo de su diplomacia.
Para empezar, la desactivación del Brexit y de la crisis de refugiados exigiría ciertos cambios modestos en los reglamentos de inmigración y bienestar. Esas reformas, que serían populares en casi todos los países miembros, no deben estar reñidas con los principios fundadores de la UE si se mantiene el derecho a trabajar en cualquier país de Europa, aunque devolverían cierto control sobre la migración no económica y los subsidios de bienestar a los Gobiernos nacionales.
Nuevas reglas
En segundo lugar, la interacción entre las crisis de los refugiados y del euro exige nuevas reglas fiscales. La gestión de inmigrantes es cara y debería estar financiada con bonos de la UE de garantía mutua. Alternativamente, hay que ofrecer a los países mediterráneos una flexibilidad presupuestaria a cambio de asumir la responsabilidad en primera línea del control migratorio.
Tercero, la necesidad de una reforma de la inmigración, combinada con la "democracia iliberal" en centro Europa, exige cambios en las prioridades de gasto de la UE y política exterior. Polonia y otros países aceptarán restricciones a la movilidad de sus ciudadanos solo si se les ofrecen fondos estructurales adicionales y una cooperación más fuerte en seguridad.
Esos incentivos, a su vez, podrían proporcionar más palancas para garantizar el respeto de los derechos humanos. Por último, restaurar la legitimidad democrática de la UE pasa por poner fin a las tensiones institucionales entre la eurozona y la UE en general. Las autoridades de la unión deben reconocer que muchos países miembros nunca se unirán al euro, lo que implica abandonar su retórica de una Europa a dos velocidades, dirigida hacia una unión más unida de lo que supone una moneda única. En su lugar, la UE debe recomponerse en dos círculos concéntricos: un núcleo interior comprometido con una integración mayor y otro exterior cuyos votantes no están interesados en una moneda única y un espacio fiscal común.
Esas reformas pueden parecer imposibles pero la desintegración de la UE también parecía serlo. En los periodos revolucionarios, lo imposible puede hacerse inevitable en meses. El expresidente Sarkozy ha pedido por sorpresa un nuevo tratado europeo y un segundo referéndum británico. Comenzó un periodo revolucionario.