
Los geólogos describen un ciclo sísmico como la acumulación de deformaciones en el interior de la Tierra. Esa inestabilidad genera una energía creciente, que se libera cuando estalla un terremoto. En ese momento crítico, los materiales se desplazan buscando un nuevo equilibrio. Si trasladamos esa definición a la escena política, bien podría describir lo que ha ocurrido en el PSOE a lo largo de la última semana: dos grupos de poder, dos formas distintas de entender la función del partido y dos concepciones antagónicas de la nación han chocado de forma violenta.
De la colisión -si atendemos a la metáfora geológica- nacerá un partido distinto, hasta cierto punto nuevo. Pero si el PSOE no es el Todo, no es la Tierra, sino sólo uno de los materiales que la conforman, habrá que deducir que, una vez se ha movido, ha generado una energía que necesariamente provocará una reacción en el resto de placas tectónicas que configuran nuestro particular planeta político.
Al Partido Popular, sin ir más lejos, le pone ante la encrucijada de optar entre un Gobierno débil o retratarse buscando unas nuevas elecciones de las que ha abjurado en público. Podemos ha decidido tomar la iniciativa, advirtiendo a Ferraz de las nefastas consecuencias que en los gobiernos autonómicos tendrá un apoyo de los socialistas a Rajoy. Olvida quizá que, gracias a ellos, controla los ayuntamientos y que su supuesta audacia puede provocar un vuelco en cadena en los grandes consistorios españoles.
Las próximas semanas sentarán las bases de lo que será una nueva etapa en la vida política española, la primera gran transformación desde la transición a la democracia que se presagia desde hace meses. Pueden ser réplicas que ajusten el movimiento de placas tras el terremoto en el PSOE. Pero es posible que el gran seísmo aún esté por llegar y, a tenor del aviso previo en forma de temblor, será virulento.