
Menudean las cumbres, las reuniones de presidentes y líderes de países. Septiembre empezó con el G20 en Hangzhou, tuvo su Consejo Europeo de Bratislava y terminó con el periodo de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas.
En esta época de globalización y de vuelos confortables, parece como si hubiera renacido la práctica medieval del gobierno itinerante. Los dirigentes van en procesión, hablan de sus temas, convienen en arreglar los desaguisados del mundo, posan junto a las banderas en la foto de familia, hacen declaraciones a los media que les acompañan y, finalmente, parten en peregrinaje a otra cumbre. Naturalmente, de tanta travesía y tantas cámaras, a los encumbrados líderes se les escapa el gobierno ordinario. Para eso están sus ministros, siempre que no estén de viaje?
Las actuales y frecuentes cumbres toman su nombre (summit) de las reuniones de las cúspides, esto es, entre presidentes o líderes de países poderosos y con litigios otrora espinosos, como los de Estados Unidos y la extinta Unión Soviética (G2) o los de Francia y Alemania. Aquéllas eran cumbres de alto voltaje y elevado simbolismo. Su mera celebración podía tornar el enfrentamiento próximo en cercana estabilidad.
Ahora, las cumbres no son encuentros reservados, cara a cara, sino posados fotográficos de grupo. No son para resolver cuestiones emponzoñadas. Sin embargo, tampoco son retiros para ejercicios espirituales. Sin duda, no son gobierno efectivo. Son momentos álgidos de la comunicación política.
Más que transparencia y eficacia las cumbres actuales son ejercicios de comunicación de masas. En los varios niveles de la gobernanza, hay profusión de cumbres de líderes. A escala global están el G2, G5, G8 y G20, así como el Foro de Davos (2200 líderes de mil empresas afiliadas que se dan cita durante 5 días, encuadrados en 200 sesiones), el enigmático Club Bildelberg (130 personas) o Jackson Hole (gobernadores de bancos centrales) y congresos periódicos varios.
Por su lado, en la Unión Europea el poder reside, justa y exactamente, en una cumbre: el bimensual Consejo Europeo y, aún más, el semanal Consejo de Ministros, siendo el Parlamento un órgano coadyuvante y la Comisión un órgano administrativo. En el escalón de los Estados nacionales, hubo cumbres bilaterales clave. Hoy, en algunos de ellos, destacan las conferencias de presidentes de región o las de ministriles de un ramo.
Las cumbres propician la ilusión de que los líderes y la política son capaces de resolver los problemas sociales y económicos. Las cumbres coadyuban el culto al líder y a la excepcionalidad. Las cumbres son un altar del fulminante poder de la voluntad, de los líderes y de la política. Cuando los líderes hacen como que se despiden, de hecho, continúan su ruta de cumbres; podrían seguir la feria en el mismo avión. Tras el encuentro, lo tratado se desvanece y, naturalmente, persisten los problemas que se creyeron llamados a afrontar reuniéndose en la cumbre.
Los líderes se trasladan con su corte, a cuál más grande: jefes de gabinete, ministros, embajadores, consejeros, asistentes, confidentes, intermediarios, comitiva de empresarios, séquito de periodistas, miríada de focos y enjambre de micrófonos. Alrededor de las cumbres está el negocio de organización, comunicación y hospedaje en palacios y resorts. A menudo para las cumbres se escriben análisis especiales. Antes de las cumbres hay reuniones de sherpas que infieren una agenda, y durante y después de las cumbres hay comités de trabajo. ¡El año tiene muchas romerías! Perdida la singularidad de las cumbres, su seriación e industrialización las ha banalizado y devaluado.
En esta época de emporio de los medios de comunicación, las cumbres teatralizan el poder, trivializan los debates y dan alas al aparente imperio de los políticos. Las cumbres son eventos para los media, escenarios privilegiados para la política. Por otra parte, la presencia de las cámaras del mundo entero -y que la mala noticia sea la que vende- propicia que los grupos anti sistema y radicales de todas las orientaciones y especialidades contraprogramen la difusión de los fastos oficiales con performances festivas y algaradas violentas cuyo fin es salir en el telediario.
Frente a las formas sofisticadas de la democracia representativa y de la diplomacia ordinaria, las cumbres de líderes poseen la apariencia de la inmediatez, de la sencillez y de la transparencia. Como se dice de los cazadores, aquí te pillo y aquí te mato. ¡Como los referéndums! Con una diferencia: generalmente, de las cumbres nada concreto se deduce; en cambio, de muchos referéndums se deducen decisiones harto negativas. En fin, sean romería o se conviertan en via crucis, los líderes seguirán su calendario de cumbres, están siempre ¡en ruta!