
Existe un factor muy valorado por todos los agentes económicos que es el de la estabilidad. A la hora de operar o de invertir en un país, resulta fundamental contar con un marco estable en lo social, en lo político y en lo económico. De hecho, los tres ámbitos tienden a estar bastante relacionados y a complementarse.
La estabilidad sugiere características tan relevantes como el equilibrio, la fiabilidad o la predictibilidad. Estas características son especialmente valoradas en un mundo dominado por la incertidumbre y la volatilidad, variables ambas que suelen dificultar el desarrollo económico.
En este contexto, varias son las reflexiones que, particularmente, me suscita el escenario al que nos enfrentamos. En primer lugar, los acontecimientos a los que estamos asistiendo en los últimos días en el todavía principal partido de la oposición no benefician a algo que, desde mi punto de vista, tenemos todos bastante olvidado como es el bien común o el interés general. Si en algo se diferencian los países desarrollados de los que no lo son es en la estabilidad institucional. Lamentablemente, los análisis teóricos tienden en muchas ocasiones a centrarse en aspectos generales y supuestamente estratégicos, olvidando un elemento clave que es el factor humano o, dicho de otro modo, los personalismos. Nos engañan o nos engañamos pensando en la existencia de razones de Estado cuando, tristemente, la realidad puede ser mucho más mundana y prosaica, y estar mucho más condicionada por los egos.
Estos personalismos, de todos los colores y variedades, inciden en una segunda variable que, a mi juicio, condiciona buena parte del funcionamiento de nuestra sociedad. Me refiero a la ausencia de un valor tan sólido y necesario como es la legitimidad. Normalmente, la legitimidad tiene una doble acepción: por un lado, se vincula a lo que es legal o conforme a derecho y, por otro, se asocia a lo que se considera justo o razonable. Con todo lo criticables que puedan ser los partidos, éstos se han constituido hasta la actualidad como un elemento muy importante de la estabilidad institucional de una nación. Es por ello por lo que partidos y liderazgos sin legitimidad empobrecen la calidad de nuestras instituciones y, por lo tanto, el desarrollo social y económico de nuestra sociedad. Esa pérdida de legitimidad tiene una contraparte también demoledora que es la ausencia de credibilidad o, en términos clásicos, de verdadera auctoritas.
La inestabilidad, la fragilidad institucional y los personalismos refuerzan y consolidan otro factor típico de nuestra época como es el cortoplacismo y la preponderancia de lo táctico sobre lo estratégico y el largo plazo. Los comportamientos de todo tipo que se observan están llevados por la supervivencia y no por la existencia de un proyecto que pueda ser percibido como ilusionante o integrador para la mayor parte de la población.
Lo acaecido en estos últimos días en Ferraz es, en gran medida, extrapolable a uno de los elementos que están caracterizando a nuestro país a lo largo de todo 2016 y no sabemos si en el futuro. Me refiero a las deficientes actitudes y aptitudes negociadoras de nuestros líderes políticos. Particularmente me siento hastiado de expresiones agresivas y descalificadoras que se utilizan y se airean en público, quizás basándose en la idea taciturna y desfasada de que todo buen negociador debe ser agresivo y que, de esta forma, te jalee el entorno de aduladores. Nada más lejos de la realidad, sobre todo si se buscan acuerdos sostenibles.
Negociar requiere una voluntad previa de alcanzar acuerdos partiendo de un escenario de intereses distintos, pero en el que también se observan objetivos comunes. En todo caso, una condición necesaria aunque no suficiente para negociar es, precisamente, querer llegar a acuerdos. Para ello, como ya lo apuntaron en 1981 Fisher y Ury, en probablemente el libro más influyente en el ámbito de la negociación, Obtenga el sí. El arte de negociar sin ceder es importante tratar de centrarse en los potenciales intereses comunes y no tanto aferrarse a las posiciones. Si negociamos sobre posiciones y con inflexibilidad, el resultado es el conjunto vacío y el progreso es nulo.
Junto a esto y como condición para obtener acuerdos sostenibles y adecuados para las partes, Fisher y Ury hablan de la necesidad de separar las personas del problema, inventar opciones de mutuo beneficio y buscar criterios objetivos. Quizás, no sería mala idea que, aprovechando la visita de los Reyes Magos o de Papá Noel, o lo que a cada uno le visite, les dejaran a nuestros políticos, repito, de toda condición y color, este libro. Mientras tanto, nuestra economía seguirá probablemente creciendo al 3%, pero, desde luego, no será por la contribución a la estabilidad de nuestros líderes.