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Rajoy no gobierna, parchea el chiringuito esperando que escampe

Imagen: Reuters.

Cánovas, padre de la primera Restauración borbónica y guía político-espiritual de la fundación Faes presidida por Aznar, dijo, al enterarse de la convocatoria de una manifestación de centenares de madrileños para protestar contra la corrupción: "¿Pero es que hay en Madrid tantos hombres honrados?"

Aquel hombre, que también en otra ocasión dijera: "Son españoles? los que no pueden ser otra cosa", era la perfecta encarnación de las dos peores características de un político: la corrupción y la falta de proyecto o ganas de tenerlo.

Rajoy acaba de afirmar que la corrupción va unida a la condición humana. Tal aseveración no es otra cosa que la cínica posición de quien, a lo más, se limita a mirar hacia otro lado ante el escándalo permanente en sus filas. Por lo visto, este licenciado en Derecho se olvida de la responsabilidad que le corresponde in vigilando, como presidente del PP y del Gobierno.

Y es que la tragedia de esta hora consiste en que estamos gobernados (es un decir) por los herederos de la oligarquía y el caciquismo que representaron Cánovas y su partenaire Sagasta. La templanza y el hieratismo galaico que se le atribuye a Rajoy como virtud no es tal. Su única preocupación es apuntalar por aquí y por allá el agrietado edificio de la Transición y los intereses a los que sirvió.

No gobierna, simplemente chapucea. No afronta el problema de la crisis de una UE de la cual otros jefes de Estado o Gobierno hablan. Se engolfa en mantener la pereza mental de la obediencia a un proyecto que ya no es el que fue presentado como consolidación de las libertades y las conquistas del Estado del Bienestar. Ni siquiera se atreve a una lectura con otros ojos que no sean los miopes con los que mira la Constitución de 1978.

La referencia a la condición humana como antídoto contra la crítica o la exigencia de responsabilidad, es impropia de un gobernante. Lo que ocurre es que sólo una notoria ofuscación bastante generalizada, llama gobernar a parchear el chiringuito esperando a que escampe.

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