
Con el profesor Pascual Montañés, publiqué hace diez años un libro sobre el gobierno corporativo inteligente. La tesis que manteníamos se basaba en que la empresa no debe tener únicamente como objetivo final remunerar a sus accionistas, sino que ha de crear valor para sus stakeholders.
Un término que hace referencia a los implicados en la actividad empresarial. Aparte de los accionistas, centramos el estudio en cinco stakeholders: clientes, proveedores, empleados, medios de comunicación y reguladores. Entendiendo que, en general, estos son los que determinan el éxito empresarial.
Clientes insatisfechos, proveedores mal pagados, empleados descontentos, normativas no atendidas y unas malas relaciones con los medios de comunicación, serán causa de desastre: los accionistas no recibirán los dividendos esperados y los máximos dirigentes de la empresa tendrán que abandonar sus funciones.
El libro que comentamos ampliaba la visión de otro publicado por el profesor Montañés en 2003, titulado Inteligencia política; que se centraba en las cualidades que ha de tener el buen dirigente. Dirigir, en el mundo empresarial, tiene mucho que ver con poseer actitudes políticas; ya que los dirigentes empresariales inteligentes han de ser políticos, al igual que es necesario que los políticos sean inteligentes. Líderes que han de considerar que los "mandados" son inteligentes. Concluyendo que el buen dirigente no "nace" sino que se "hace".
No pediremos que los políticos actuales estudien libros de management, como tampoco les solicitaremos que entre sus lecturas imprescindibles incluyan La guerra de las Galias o La guerra civil de Julio César. Quizás, con su ajetreada vida les basta, en el mejor de los casos, con los resúmenes que les hacen sus asesores o simplemente con las sugerencias que les vienen de sus más cercanos colaboradores.
Así van resolviendo problemas complejos desconectados de una realidad que sólo conocen por encuestas, propias o ajenas; eso sí, siempre apoyados en Twitter, que parece ser el instrumento clave para la comunicación y la gestión política de hoy en día. Sin embargo, casi de manera general, existe una evidente falta de preparación intelectual de los políticos actuales. Fruto, la mayoría de las veces, de un alejamiento enorme de la realidad y de una total falta de experiencias profesionales previas.
A lo que hay que añadir las consecuencias de absurdos empecinamientos, que nacen de carecer de visión estratégica y de un desconocimiento total del entorno, lo que nos devuelve de nuevo a los stakeholders: si no se conocen las expectativas de los clientes, si no se atiende a las necesidades de los empleados, y si se pasa por alto que los proveedores son importantes para el funcionamiento de la organización, el directivo que así se mueva tomará decisiones erróneas, llevando, en el caso extremo, a terminar con la propia organización que dirige. Vean sino el ejemplo de Izquierda Unida.
Lo aplicado al mundo corporativo es trasladable al entorno político. Aparte de los medios de comunicación, que se mantienen en ambos casos, basta cambiar accionistas por miembros de los órganos de dirección, empleados por diputados, proveedores por analistas políticos y otros creadores de opinión, reguladores por las diferentes instituciones del Estado, y clientes por votantes, que siempre actúan según sus últimos intereses y de acuerdo a sus expectativas; es decir, son inteligentes.
¿Qué habría hecho un dirigente político sagaz al ver que su mayor oponente había quedado maltrecho en unas primeras elecciones a una distancia de tan sólo 33 escaños? Simplemente, facilitarle la gobernación. O lo que es lo mismo: pensar en los beneficios que obtendrían sus stakeholders llevándole al terreno de mayor creación de valor para ellos. Ya que facilitar la gobernación del débil tiene muchas ventajas si se sabe gestionar bien. ¿Y los stakeholders? Muy simple.
Facilitando en su día un Gobierno del PP mediante una abstención, aunque en contra de los dirigentes de Ferraz, el PSOE habría conseguido más poder para sus dirigentes autonómicos, es decir, para sus accionistas. Habría mostrado su fuerza parlamentaria día a día ante sus votantes, es decir, sus clientes. Habría dado mayor poder a sus 90 diputados, que son sus empleados. Lo habría "vendido" adecuadamente a los medios de comunicación demostrando sentido de Estado. Habría puesto a sus proveedores (que no son sino los analistas políticos) a realizar análisis transversales, no sólo discusiones a posteriori sobre encuestas sin validez.
Y le habría permitido utilizar a los reguladores de manera inteligente, no bajo impulsos cortoplacistas; entendiendo por reguladores al propio Parlamento y al Tribunal Constitucional, por ejemplo. En definitiva, habría logrado el poder en un breve plazo. Se ha mantenido con insistencia lo contrario; lo que demuestra la evidente ausencia de inteligencia política en el actual Secretario General, que ha dejado al PSOE en una muy difícil situación. De ser una empresa, el directivo en cuestión estaría buscando trabajo.