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Bruselas: origen de nuestro descontento

  • La UE actúa como si su inspiración fuera el despotismo ilustrado del XVIII

Nuestra Unión Europea se encuentra en una crisis existencial": así de chocantes fueron las palabras iniciales del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker en su reciente comparecencia ante el Parlamento europeo. Para luego continuar: "Nunca antes había visto tal disparidad de criterios entre los Estados miembros; tan pocas áreas en las que estén dispuestos a trabajar juntos". Un crudo diagnóstico que sin embargo omite hacer referencia a las causas de esa falta de sintonía.

Y las razones de este estado de cosas hay que buscarlas en la propia actuación de las instituciones comunitarias, que actúan como si estuvieran inspiradas por el principio del Despotismo Ilustrado que antaño inspiraba las fracasadas monarquías del XVIII: "Todo para el pueblo pero sin el pueblo". Un principio rector basado en una radical desconfianza del pueblo llano cuyo descontento necesitaba ser encauzado cuando no ignorado con el propósito de instaurar un orden superior, centralista y reformista que acabara con los particularismos legislativos y las aduanas interiores que perjudicaban el libre comercio y el desarrollo de los mercados nacionales.

"Quien no conoce su historia está condenado a repetirla", sentenció el filósofo español Santayana, y parecería que la Corte se ha mudado hoy del Palacio de La Granja a Bruselas, pero manteniendo la misma doctrina y praxis de gobierno. Una burocracia distante, mimada de Mercedes y chofer, sobrevuela el territorio europeo sin tocar tierra ni responder al descontento y desencanto de los ciudadanos.

Desde un elevado desempleo, desigualdades sociales a las montañas de deuda pública, pasando por los enormes desafíos que plantea la integración de los refugiados y las muy reales amenazas a nuestra seguridad interior y exterior, todos y cada uno de los Estados de Europa se han visto afectados por las crisis que se han sucedido sin interrupción.

¿Una visión pesimista de este articulista?: me temo que no; el párrafo anterior también corresponde al discurso de Juncker en su Estado de la Unión. Y una conclusión inescapable: todos y cada uno de los problemas mencionados han sido creados por la inoperancia de quien ahora pretende lucirse con el diagnóstico de la situación, mientras escamotea la responsabilidad de las propias instituciones europeas (Comisión y Consejo incluidas) en este deplorable estado de cosas.

Un euro construido sin sólidos cimientos, una clamorosa falta de regulación en el sector financiero que propició la acumulación de bonos basura al calor de una especulación inmobiliaria cebada por una banca irresponsable, que el responsable contribuyente tuvo luego que rescatar con fondos públicos. Y, como resultado previsible de esa inoperancia, una crisis económica con lacerantes repercusiones en el empleo y salarios de la que ahora se pretende salir mediante una política de expansión monetaria que ha provocado una nueva sobrevaloración de activos y escasos resultados en lo que constituía su objetivo principal: estimular la demanda.

Y hoy nos encontramos anegados por una liquidez embalsada en los bancos que genera el inédito fenómeno de un largo y generalizado periodo de intereses negativos con una deuda pública que se sitúa o se dirige al 100 % de los respectivos PIB. Una liquidez para la cual los bancos no encuentran demanda solvente y que hubiera sido mejor empleada volcándola en una expansión de la obra pública que fomentase la productividad, el empleo y la demanda en las industrias auxiliares acompañada de una reducción de los impuestos al tramo más bajo que es también el que tiene mayor propensión al consumo. Una lección ya aprendida en el New Deal en 1930, pero ahora sorprendentemente ignorada.

Y como remate a tanto despropósito una política de inmigración cuyas consecuencias solo estamos empezando a vislumbrar. El narcisismo ético de la Sra. Merkel (que en un rapto de buen-bobismo cortoplacista ignoró que la moralidad de un acto depende y está estrechamente ligado a sus secuelas), unido una vez más a la inoperancia de las instituciones comunitarias, han propiciado una situación de inseguridad y de orden público que ya veremos cómo acaba.

En una perversión del idioma a la que tan dados son los bienpensantes se ha extendido irresponsablemente el término refugiados a una mayoría constituida por emigrantes económicos: hombres jóvenes, con escasos o nulos conocimientos del idioma, bajo nivel educativo y necesidad de alojamiento, sanidad, escolarización y un salario asistencial. Un buenismo que merma nuestros recursos y opera en detrimento de los verdaderos refugiados; familias que sí merecen nuestra asistencia.

La presión sobre las finanzas públicas que eso supone, unido al gasto al que la amenaza terrorista del Islam radical nos obliga, conduce a una situación que tensiona al límite la tradicional política de acogida europea. Y una vez más tenemos que soportar la maestría en el diagnóstico, que no en la cura. "Nunca antes había visto unos gobiernos nacionales tan debilitados por las fuerzas populistas y paralizados por el riesgo de salir derrotados en las próximas elecciones", Juncker dixit.

Un populismo que ha encontrado su mejor caldo de cultivo precisamente en la soberbia bienpensante de los que actuaron sin preocuparse por las consecuencias y ahora, cuando constatan el auge de la extremaderecha que ellos propiciaron, reconocen blandamente, como Merkel, "el gran desafío y esfuerzos que, durante años, implicará el cometido de acoger e integrar a esas personas". Y es que, como dicta la sabiduría popular, el camino al infierno suele estar empedrado de buenas intenciones.

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