
Resulta conveniente mostrar de qué modo los economistas han reaccionado, una y otra vez, contra las situaciones planteadas por los políticos y generadoras a través de esos Gobiernos, de crisis muy serias. Más allá de nuestras fronteras tenemos, por ejemplo, las voces de los expertos en economía. Uno era Keynes discrepando de la frase del presidente Hoover de que "la prosperidad estaba a la vuelta de la esquina".
O la crítica feroz que, desde el ámbito de seguidores de la Escuela de Estocolmo, respecto al plan francés de Leon Blum, expuesto en 1936, tras el triunfo en el vecino país del Frente Popular, que efectivamente concluyó en un caos. En España sucedió multitud de veces lo mismo.
Quizá porque se trató de una adhesión colectiva de los políticos de todo signo a ello, debemos, respecto a nuestro país, señalar lo sucedido en 1930. Primo de Rivera había conseguido un importante crecimiento en la economía española con su política económica expansiva de obras públicas, de tranquilidad social, de mejoría clara en todo el sector energético, desde la energía eléctrica (por ejemplo, con el acuerdo con Portugal sobre el Duero‑ o con la creación del estatal Monopolio de Petróleos, escapando de la situación monopolística del conjunto creado en una reunión en París de la Standard, de la Shell y de Petrobras de Porto Pi), pero, en esto, se observó en los mercados financieros, que caía la cotización de la peseta.
La reacción española fue de radical lucha contra esa caída. Se pensó en una vuelta al patrón oro, que con un dictamen famoso frenó Flores de Lemus. Pero no se descansaba en esa lucha para que la peseta subiese de cotización. En 1930 vino a España Keynes. En El Sol, Olariaga y en El Debate Bermúdez Cañete le preguntaron sobre esa cuestión. La respuesta en síntesis fue: "¿Pero por qué se preocupan ustedes de eso, con la crisis general existente, y en la que, gracias a la caída de la peseta, queda paliada para España, porque mejora su competitividad en los mercados exteriores?
Naturalmente, una caída fortísima, a través de la especulación podría generar tensiones inflacionistas. Pero ustedes tienen, para acallar a los especuladores, unas altas reservas de oro en el Banco de España. Ante la amenaza de que acudirían con ellas a comprar pesetas, cesarían esos movimientos".
Los políticos reaccionaron ante eso con dureza. Llamaron a Keynes "ese aficionado de Cambridge", y también, por aludir al oro del Banco de España (que Keynes había señalado que no era "un cuadro del Museo del Prado, que era obligado mantener, sino un simple activo financiero")‑acusaron a este economista de ser "un nuevo Drake que nos quiere robar nuestro oro".
Por cierto que la reacción de Keynes frente a esta polvareda fue la típica ironía de un genio, pero también la muy adecuada. Al preguntársele qué recomendaba para mejorar la economía española, respondió algo así como: "Pues que en España se cree una Escuela Superior de Estudios de Economía".
Y eso fue lo que provocó ese cambio espectacular que se produjo a partir de mediados de los años 50 del pasado siglo. Fue el momento en que los economistas, desde los discípulos de Flores de Lemus, como Valentín Andrés Álvarez, Castañeda o Vergara, vinculados al Instituto de Estudios Políticos o los de Zumalacárregui, muy relacionados con grandes independientes, como Perpiñá Grau, con Manuel de Torres en vanguardia, pasaron a orientar a los políticos.
A veces directamente, como por ejemplo sucedía con Torres desde el Consejo de Economía Nacional, y otras mostrando con claridad qué problemas surgirían de seguir ciertos modelos. Por ejemplo, Valentín Andrés Álvarez, en sus explicaciones en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, ya en el curso 1943-1944, expondría cómo el nacionalsindicalismo creaba un conjunto de entidades monopolísticas que obligaban a incrementar el intervencionismo estatal.
Por eso, se enlazan con el mensaje defendido por Eucken de la economía social de mercado desde la Escuela de Friburgo; o Torres, en su curso de Comercio Internacional, exigiría el estudio del libro de Haberler sobre esa materia, en el que se criticaba con dureza el modelo proteccionista que reinaba en España desde la Restauración, y que mucho había avanzado con Cambó y el arancel de 1922, y después con la política industrializadora de Suanzes, Antonio Robert y Gual Villalbí.
De estas enseñanzas se derivaron alumnos brillantes que, convertidos en funcionarios públicos notables, como Fuentes Quintana, Manuel Varela, Barea, Ángel Alcaide, Arnáiz o Santos Blanco, que alterarían el panorama español, consolidando el modelo de desarrollo creado en 1959.
El poder de los maestros era grande. Recuerdo que le pregunté a Ullastres cómo se había atrevido a poner en marcha unaliberalización de la economía en 1959 y hacia el exterior, con el alto déficit de la balanza por cuenta corriente que existía. Me contestó: que había leído el De Economía hispana de Perpiñá Grau, y había así asumido que sin apertura al exterior España no podría tener desarrollo.
Y con todo eso se explica por qué, de 1959 a 2009 el PIB a precios de mercado y por habitante en euros homogéneos de 2010, más que se cuatriplicó; de 1919 a 1959, con el proteccionismo en acción, había pasado de 3.158 a los citados 5.043, o sea que ni se había logrado duplicar.
Volvieron a oírse las críticas de los economistas contra la política económica que, sobre todo surgía de CCOO. Véanse sus textos, como por ejemplo, los de Nicolás Sartorius, Balance y perspectivas sindicales (1970-1977), en el Anuario Económico y Social de España 1977 que dirigía Ramón Tamames, contra la congelación salarial y la rigidez laboral, aunque afortunadamente, la reacción en contra que desde ese ámbito, planteó Julio Segura en un artículo publicado en Nuestra bandera, ensayo que rectificaba planteamientos seudokeynesianos que abundaban y que han renacido, hasta lograr justificar aquello que parece replicó Julio Segura a Marcelino Camacho: ‑"Te admito mucho, pero que me expliques a Keynes, no".
Desde el citado 1959, la economía española ha cambiado radicalmente. Era una economía nacional poco desarrollada, tenía un PIB por habitante que era el 55 % del francés; hoy es una economía comunitaria, que respecto al PIB por habitante de Francia alcanza el 68. Pero para que este proceso continúe, necesita, por ejemplo, energía barata, y no políticos que quieren cerrar las centrales nucleares; y para que se acompañe de reducción del empleo, dado que existe la curva de Phillips al fondo, es necesario que muestre flexibilidad el mercado del trabajo.
El profesor Donges, este verano, lo advertía desde Llanes. Y sobre todo, eso y mucho más, tiene que realizarlo, ya, un Gobierno estable. Prácticamente están todos los actuales economistas de acuerdo en eso. ¿No debe tener lugar, como en 1959, como en 1975, como en 1985, como en 1996, un abandono por parte de los políticos de lo que los economistas rechazan?