
¿Es el bipartidismo el que está herido de muerte, como vaticinan mes tras mes las encuestas y ratifican las urnas, o son las grandes plataformas que lo han encarnado durante las últimas tres décadas largas, PSOE y PP, las que se ven amenazadas?
Me inclino por lo segundo. A pesar del esfuerzo de Ciudadanos por romper la dinámica izquierda-derecha erigiéndose como formación centrista, el hemiciclo sigue dibujando la izquierda y la derecha. Así que, por mucho que se esfuercen nuestros políticos llevándonos a votar cada seis meses, los dos grandes bloques se mantienen. A lo que estamos asistiendo desde las últimas elecciones europeas es a la batalla por ver quién se erige en el representante de cada uno de ellos.
En Génova, la posición parece más firme, pero a poco que miren a Ferraz podrán advertir que están cometiendo los mismos errores en los que cayeron sus adversarios en el pasado. El primero, abjurar de los principios que conforman una identidad reconocible en aras de un pragmatismo supuestamente ineludible cada vez que pisan Moncloa o cualquier centro autonómico de poder.
En economía, sin ir más lejos, un PSOE empeñado en resucitar la guerra civil se olvidó de redistribuir la riqueza. Tres cuartas de lo mismo, el PP arrumbó en un cajón las reformas de corte liberal que tantos réditos le dieron en el pasado nada más hacerse Rajoy con el bastón de mando. Con todo, lo más grave es que arrastrados por los intereses muchas veces enfrentados de sus barones regionales, unos y otros han perdido la idea de España.
Los socialistas ya no saben si quieren una nación federal o confederal. Los populares se mantienen en la unidad, pero no han movido un dedo para combatir el secesionismo. El resultado de esa ausencia de valores lo pueden comprobar en Cataluña y País Vasco, donde se han convertido en fuerzas irrelevantes. O recuperan su esencia o ese será el principio de su fin. Serán otros los que ocupen sus escaños.