
Elecciones en Navidad. Este es el fantasma que se cierne sobre un país llamado España que lleva camino de batir todos los records planetarios de surrealismo político.
La situación está así de cruda; Mariano Rajoy, candidato más votado en las elecciones del 26 de Junio y que había celebrado en el balcón de Génova sus resultados con alharaca al engordar su cosecha de escaños, es tumbado en la sesión de investidura a pesar de los apoyos recibidos de Ciudadanos. No solo eso sino que todos los grupos parlamentarios con la excepción del suyo le manifestaron desde la tribuna de oradores que no se fían de él, incluso el propio Rivera, que defendió su apoyo como un "mal menor". El más votado es también el más vetado como resume Felipe González.
Pedro Sánchez, sobre el que los firmantes del acuerdo descargan la responsabilidad del bloqueo, argumenta con eficacia los motivos de su negativa a la abstención pero mantiene abierto el agujero negro de su relato al no dibujar alternativa alguna a unas terceras elecciones que él mismo rechaza. El "no" de Sánchez es tan rotundo que se interpreta, en clave interna, como si se atara al mástil para no escuchar los cantos de sirena de sus barones.
Desde los escaños morados, Pablo Iglesias ofrece su mano para formar una alternativa de izquierdas a sabiendas que no hace sino hurgar en la herida interna del PSOE infectada de contradicciones. Si alcanzar un acuerdo con los socialistas resulta quimérico, ya no digamos el que requiera el concurso de los nacionalistas catalanes que cabalgan sobre la ruptura constitucional. El riesgo evidente de escisión en la familia socialista es inasumible.
En pura teoría, bien podría alcanzarse ese acuerdo transversal entre Ciudadanos, PSOE y Podemos, que reclamaba aquel manifiesto publicado en la prensa el martes pasado con la firma de miles de personas encabezadas por un grupo de artistas, intelectuales y políticos. 188 escaños sumarían esta pretensión tan bien intencionada como utópica porque si nunca hubo demasiada sintonía entre Sánchez e Iglesias ni entre socialistas y podemitas, en general, las posiciones de Podemos y Ciudadanos son calificadas por ambas partes como antitéticas. Solo hace falta repasar los piropos que se dedicaron Iglesias y Rivera desde la tribuna de oradores del Congreso para colegir que ya no irían juntos ni al bar.
El problema no es tanto la fragmentación del Parlamento, que debería ser enriquecedora aunque complique la gobernanza, como las inquinas personales, los condicionantes internos y el exacerbamiento de los intereses particulares y de partido que se ponen, sin pudor alguno, por delante del interés general. Nadie, empezando por Rajoy , está dispuesto a echarse a un lado por el interés de España.
Al día de hoy, no se ve una luz que nos saque del túnel en que nos metimos hace 9 meses si exceptuamos la temblorosa candela que podría encenderse el 25 de septiembre tras las elecciones vascas y gallegas. Tal vez, por ser la única fecha capaz de introducir novedades que cambien el estado de cosas, esos comicios autonómicos adquieren en la actual circunstancia un interés superlativo. Lo que acontezca en Galicia fortalecería o debilitaría a Rajoy , dependiendo de que Nuñez Feijó renueve o no su mayoría absoluta, que según las encuestas va muy justa. Aún mas se la juega Pedro Sánchez por el conflicto del PSG con la dirección
federal. Una debacle socialista la noche del escrutinio en Santiago haría saltar todas las alarmas en Ferraz.
En el País Vasco, la disyuntiva es otra. A pesar de las discrepancia exhibidas por los nacionalistas esta semana en el Congreso, si el PNV necesitara los escaños que coseche Alfonso Alonso, como apuntan las encuestas, la idea de cambiar cromos con Madrid sería demasiado tentadora.
Tampoco hay que olvidar la moción de confianza en el Parlamento catalán y las exigencias de la CUP para sujetar a Puigdemont. Después de oír el miércoles a Tardá su visionario alegato en favor de la democracia participativa como un avance hacia la modernidad frente a la antigualla de la democracia representativa, da tal miedo que el problema ya no parece tanto de soberanía como de psiquiatría.
Son, en definitiva, eventos que, sin guardar relación directa con la compleja aritmética del Parlamento Nacional, sí pueden crear el clima político y mediático que propicie dinámicas distintas a la del contumaz bloqueo.
En política es fundamental conocer al rival y los mecanismos que le mueven. El PP, en lugar de trabajar la persuasión, se ha empeñado a fondo en meter presión a Pedro Sánchez tratándole de cargar con todo el peso de la obstrucción lo que, además de no ser del todo justo, solo consigue fortalecer su enroque. El líder socialista no moverá una pestaña sin el mandato de un Comité Federal en el que ahora los murmullos soterrados pueden ser atronadores pero donde nadie levanta la voz públicamente para defender con firmeza una salida racional. Uno de los tres noes de Sánchez caducará en tres semanas. Mientras tanto, como en las guerras, solo hay acuerdo en respetar la Navidad. Hasta Rajoy está dispuesto a renunciar a la coacción y evitar que votemos con la zambomba.