La inacabable comedia de enredo en la que se está convirtiendo la formación de Gobierno, la cansina oferta mediática en torno al asunto y la letal cultura del eterno presente en la que nos han/ hemos metido, arrojan un precipitado social regido por la anomia. El pasado no interesa y el futuro no existe; ni siquiera como azar.
Los últimos datos sobre los llamados 'ninis' es en España, según la OCDE, el 26,8% de la población juvenil. El dato corrobora lo que vemos en nuestro entorno y en nuestras familias. Es una evidencia innegable. Esta realidad nos demanda afrontar como sociedad la respuesta a unas preguntas inquietantes.
¿Qué será España dentro de unas décadas?, ¿qué perspectivas de una estabilidad social tenemos?, ¿qué será de estas personas cuando su entorno familiar vaya desapareciendo por causas biológicas?, ¿qué sentido tienen los estudios, más allá del amor al saber?, ¿cuánta inversión en infraestructuras educativas se pierden para el país y para la sociedad?, ¿dónde están los DDHH y las constituciones?
El discurso político no pasa de la coyuntura más efímera y baladí. El miedo a pensar en el futuro laboral de los españoles se oculta con la alusión a la panacea del crecimiento económico. Balones fuera para no reflexionar sobre el modelo productivo español y su incapacidad de ir más allá del turismo. Ni siquiera la quimérica apelación a la construcción de Europa funciona. El páramo laboral y profesional toma cuerpo como el finis gloriae mundi del Estado de Derecho.
La sedicente oposición política y social no se atreve a decir la verdad por no romper el velo del consenso en torno a la homologación europeísta. Si no lo hace pronto desaparecerá tragada por el sumidero. Alguien tendrá que dirigirse a la población, asumiendo que en principio irá contra corriente, para situarla ante la necesidad de acabar con las evasiones de todo tipo y regresar desde la inopia al futuro económico, social y político. Hacia el sentido mismo de nuestra existencia como sociedad.
