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El desconcertante golpe en Turquía

  • El suceso impulsará el autoritarismo y hará poco bien a la democracia

Los golpes militares (victoriosos o no) siempre siguen un patrón previsible en Turquía. Los grupos políticos, por lo general islamistas, considerados por los soldados antagonistas a la visión de Kemal Atatürk de una Turquía secular, cobran poder. La tensión aumenta y viene acompañada de violencia callejera. Después interviene el ejército y recurre a lo que considera su derecho constitucional de restaurar el orden y los principios seculares.

Pero esta vez ha sido distinto. Gracias a una serie de simulacros de juicio dirigidos a funcionarios secularistas, el presidente Recep Tayyip Erdogan ha conseguido reconfigurar la jerarquía militar y colocar a su propia gente al poder. Aunque el país se ha visto golpeado por una serie de atentados terroristas y se enfrenta a una economía deteriorada, no había indicios de malestar en el ejército ni en la oposición a Erdogan. Por el contrario, la reciente reconciliación de Erdogan con Rusia e Israel, junto con su deseo aparente de retirarse de un papel activo en la guerra civil siria, deben de haber sido un alivio para la cúpula turca.

No menos misterioso ha sido el comportamiento casi diletante de los golpistas, que lograron capturar al jefe del Estado Mayor pero ni siquiera intentaron detener a Erdogan ni a ningún alto cargo político. Las principales cadenas de televisión pudieron seguir retransmitiendo durante horas y cuando aparecieron los soldados en los estudios, su incompetencia resulto casi cómica.

Los aviones ametrallaron a civiles y atacaron el parlamento, en una conducta nada habitual para el ejército turco fuera de zonas de insurgencia kurda. Los medios sociales se llenaron de imágenes de soldados desventurados (y bastante despistados) a quienes sacaban de los tanques y desarmaban (o mucho peor) las multitudes civiles, en escenas que nunca pensaba ver en un país que ha acabado odiando los golpes militares pero todavía adora a sus soldados.

Erdogan no tardó en culpar a su antiguo aliado y actual archienemigo, el predicador exiliado Fethullah Gülen, que dirige un amplio movimiento islámico desde las afueras de Filadelfia. Hay razones obvias para tomárselo todo con reservas pero la afirmación no es tan descabellada como parece. Sabemos que existe una fuerte presencia "gülenista" en el ejército (sin el cual la anterior medida del Gobierno contra los altos oficiales turcos, los llamados casos Eregenekon y Sledgehammer, no podría haberse tomado). De hecho, el ejército era el último reducto "gülenista" en Turquía porque Erdogan ya había purgado a los simpatizantes del movimiento en la policía, la judicatura y los medios.

También sabemos que Erdogan se preparaba para un gesto importante contra los "gülenistas" en el ejército. Se había arrestado a algunos oficiales por inventarse actos violentos en juicios anteriores y se rumoreaba que una purga a gran escala de oficiales "gülenistas" estaba en curso ante la reunión el mes que viene del consejo militar supremo.

Los "gülenistas" tenían un motivo y la cronología del intento explicaría su implicación. Es una ironía supina que el golpe que Erdogantemía desde hace tanto por parte de los secularistas hubiese llegado de sus exiliados, responsables de confabular infinidad de conspiraciones golpistas contra Erdogan.

Aun así, un golpe militar sangriento se aleja mucho del tradicional modus operandi del movimiento de Gülen, que suele preferir maquinaciones entre bastidores en vez de la acción armada o la violencia explícita. El golpe podría haber sido un esfuerzo desesperado de último minuto ante la perspectiva de perder su último bastión en Turquía aunque, con tantas preguntas sin respuesta sobre lo que ha sucedido, no es de extrañar que surjan muchos giros inesperados en las próximas semanas.

Hay menos incertidumbre sobre lo que podría ocurrir después. El intento de golpe añadirá potencia a la ponzoña de Erdogan y alimentará una caza de brujas mayor contra el movimiento de Gülen. Se despedirán, detendrán y procesarán miles de cargos del ejército y de otros lugares, con pocos miramientos hacia la legalidad o la presunción de inocencia. Ya se está pidiendo a gritos que se instaure la pena de muerte para los golpistas, una categoría muy amplia para Erdogan según la experiencia reciente. Parte de la violencia callejera contra los soldados capturados presagia un jacobinismo que pondría en peligro todas las protecciones restantes del proceso reglamentario en Turquía.

El intento de golpe es una mala noticia para la economía también. La reconciliación reciente de Erdogan, superficial hasta cierto punto, con Rusia e Israel ha estado motivada seguramente por el deseo de restaurar los flujos de capital foráneo y el turismo. Esas esperanzas ya es improbable que se hagan realidad. El golpe fallido revela que las divisiones políticas del país son más profundas de lo que creían incluso los observadores más pesimistas. No es precisamente un entorno atractivo para los inversores o visitantes.

Políticamente, el golpe fallido es un impulso para Erdogan. Como él mismo dijo cuando aún no estaba claro si se colocaría en cabeza, "el levantamiento es un regalo de Dios porque será un motivo para limpiar el ejército". Ahora que el golpe ha fracasado, tendrá el viento de popa político para los cambios constitucionales que quería desde hace tiempo para reforzar la presidencia y concentrar el poder en sus manos.

El fracaso del golpe impulsará el autoritarismo de Erdogan y hará poco bien a la democracia turca. De haber triunfado, los efectos para las perspectivas democráticas habrían sido más duros, con repercusión a más largo plazo. Por lo menos es una razón para alegrarse.

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