Algunos ciudadanos han emitido su voto con la nariz tapada. Literalmente. No es una metáfora, es real. Lo han contado los que formaron parte de las mesas.
Hay muchos votos prestados este 26-J. Porque lo que ha ganado en estas elecciones es el miedo al populismo chavista de Podemos. Ese miedo que, nos decían ellos, "va a cambiar de bando". Y eso es algo que no debe olvidar el resto de contendientes, sobre todo los dos grandes partidos, porque pueden estar ante su última oportunidad.
En 2011, los españoles dieron a Mariano Rajoy una mayoría apabullante, inédita en democracia, para hacer las grandes reformas económicas y políticas que el país pide a gritos desde hace años. Hizo lo justo, lo estrictamente necesario. Tal vez pensó que al sortear el rescate recibía en forma de cheque en blanco, automáticamente, el salvoconducto de permanencia en la Moncloa. Y lo ha pagado en las urnas. Ha ganado, pero se ha dejado jirones de poder por el camino. Y el mandato ciudadano sigue ahí.
España necesita un modelo educativo que permita a nuestros jóvenes competir en igualdad de condiciones en un mercado global, requiere de una Justicia verdaderamente independiente y desligada del poder político que garantice una democracia efectiva, pide a gritos un modelo de poder territorial cerrado y financiado adecuadamente, una Administración Pública suficiente pero austera y una clase política honrada, preparada y empática con el ciudadano.
Ese es el reto y es también la oportunidad que tienen ante sí los partidos constitucionalistas. Si dejan de mirarse el ombligo y son capaces ponerse a la altura de las circunstancias, pactando las grandes reformas, haciendo de ésta una legislatura de consensos constitucionales, reducirán el populismo a la marginalidad de la que nunca tendría que haber salido.
