
La frase del fraile que se dirigía al convento llevando a la espalda una hetaira -y que da título a esta columna- debería ser el eslogan de Podemos durante la presente campaña electoral. Los vaivenes e incoherencias de su líder máximo así lo atestiguan.
En pocos días, Pablo Iglesias ha abandonado primero la "transversalidad" para apuntarse a la izquierda maniquea, heredera de Anguita, que sigue reivindicando un comunismo primario. Resultado: captación de IU.
Siguen las maniobras de distracción para eludir una toma de posición sobre Venezuela. Y, por fin, puestos a suplantar al PSOE como objetivo principal, resulta que ahora es el apóstol de una "nueva socialdemocracia" de corte escandinavo. Seguramente puede hacerlo porque en buena parte sus votos no dependen de la ideología.
Veamos, en una escala de 0 (extrema izquierda) a 10 (extrema derecha) la media del electorado se autocalifica con un 4,7 (centro izquierda), un autorretrato claramente moderado en el que los posicionamientos más radicales tienen un peso reducido y es ésta una posición que se ha mantenido inamovible durante mucho tiempo.
Sin embargo, los dos partidos "ganadores" (según el CIS), PP y Unidos Podemos, son percibidos por esos mismos electores como muy de derechas (PP=7,9) y muy de izquierdas (Unidos Podemos=2,2). ¿Por qué piensan votar a esos dos partidos 'extremistas' masivamente?
El electorado sufre de una esquizofrenia peligrosa. Una incoherencia que sólo es explicable por componentes sentimentales alejados de la racionalidad. ¿Cómo si no, los partidos templados, ideológicamente más próximos a la media del electorado (PSOE y Ciudadanos), quedan relegados? Esos componentes sentimentales tienen nombres muy feos: odio, cabreo, frustración, decepción, desprecio en el caso de muchos votantes de Unidos Podemos y miedo al futuro en muchos electores del PP. Sentimientos negativos y esquizofrenia sobre los cuales nada bueno puede construirse.