
Desde la creación del Consejo de Europa y de la Comunidad Económica Europea, ambas instituciones han encarnado concepciones enfrentadas: la soberanía común frente a la limitación al espacio económico.
La historia de la integración europea se ha caracterizado por la presencia de grandes personalidades políticas. El grupo de los llamados padres de Europa incluye a Winston Churchill. Ya en 1946 el líder británico llamó a la reconstrucción de la familia europea, para lo que consideró urgente que Francia y Alemania se reconciliasen. Estaba convencido de que sólo una Europa unida podía garantizar la paz. Defendió con entusiasmo la idea de unos Estados Unidos de Europa. Es de destacar que, a principios de los 50, el canciller alemán Konrad Adenauer, antes de volverse hacia Francia, pidió a Churchill que asumiera el liderazgo de Europa.
Sin embargo, en su discurso, Churchill había planteado que los países europeos habrían de formar "el tercer polo del mundo occidental", junto a los EEUU de América y? el Imperio británico. Concediéndole una importancia que ya distaba de tener, lo que hacía era marginar a su país.
Durante los debates del Congreso de la Haya de 1948, Churchill sí aceptó el ingreso en una confederación con las naciones europeas. Los debates estuvieron dominados por el conflicto entre unionistas y federalistas, que coincidía con el de británicos y continentales. El Congreso impulsó la creación del Consejo de Europa en 1949, organización que Londres limitó a una estructura estrictamente confederal y consultiva. Dos años después, se creaba la Comunidad Económica Europea.
Las dos instituciones encarnan concepciones enfrentadas. Cooperación versus integración. Una vez que prevaleció esta última, siguieron compitiendo dos visiones. La de quienes pretenden avanzar hacia políticas comunes con un proyecto de soberanía compartida. Y las que la han limitado a un espacio económico; esta idea de un área comercial ha sido la liderada por Londres.
Fiel a su planteamiento, que favorecía la simple unión económica, en julio de 1959 el Reino Unido junto a otros seis países europeos decidió establecer una Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), que entró en vigor el año siguiente. Con ella, Westminster trataba de poner en marcha una alternativa a la CEE. No obstante, el creciente éxito de ésta evidenció el fracaso de la AELC. Reino Unido, a partir de 1961, empezó a solicitar su ingreso en la Comunidad.
El general Charles de Gaulle lo vetó en dos ocasiones, 1963 y 1967. La primera coincide con el Tratado del Elíseo, verdadero pilar de la reconciliación y construcción europeas. Gran Bretaña hubiera sido un inmejorable aliado para un de Gaulle rotundamente anti-federalista.
¿Cómo se explica su contradictoria actitud? Hay que recordar que su primer no es posterior al encuentro anglo-norteamericano, a raíz del cual Reino Unido aceptó abandonar su proyecto de fabricación de cohetes nucleares nacionales en pro de los americanos. En el marco de una estrategia común, renunció al libre albedrío en materia de disuasión. Para de Gaulle, Reino Unido rechazaba ese día la perspectiva de una defensa europea común y pretendía transformar Europa en un satélite de EEUU. Así, con la insistencia de Was-hington para que Londres fuese admitido, ¿cómo no iba a evocar a los griegos ofreciendo su famoso caballo a los troyanos?
No fue hasta diciembre de 1969, en la Cumbre de La Haya, cuando su sucesor, el presidente Georges Pompidou, levantó el veto. Con la entrada en la CEE en 1973 se produjo la primera ampliación. En el referéndum británico de 1975 la opción de permanecer en la Comunidad ganó por dos a uno.
Más tarde, Reino Unido exigiría la devolución de parte del dinero que aportaba, por verse menos beneficiado que otros en las cuestiones agrícolas (el llamado "cheque británico"). Fue concedido finalmente para apaciguar a Margaret Thatcher.
Entre 1977 y 1981, el británico Roy Jenkins presidió la Comisión. Bajo su dirección se desarrolló la unión económica y monetaria de la CEE mediante la creación del Sistema Monetario Europeo y la adopción del ECU como moneda propia.
En las décadas posteriores, Londres no formó parte de la eurozona. Tampoco del Espacio Schengen. Asimismo, impidió o dificultó otras iniciativas.
Por ello, en la UE los más optimistas creen que un eventual Brexit (salida de la Unión) eliminaría un obstáculo para emprender reformas facilitando la Europa de las dos velocidades. Para otros sería el principio del fin de un sueño: una Europa unida y en paz.
La débil unión del Reino
Reino Unido continúa autoengañándose. Todos los Estados miembros tienen que hacer concesiones. Su error histórico fue permanecer al margen cuando nació Europa y entrar con retraso. Si volviera a equivocarse y tuviera que pedir que le dejen entrar, como ya hizo en los sesenta, lo haría solo Inglaterra -en todo caso, con Gales- porque probablemente el Reino ya no seguiría existiendo unido. El viejo Reino Unido centralizado pertenece al pasado.
Muchos reniegan de las palabras Europa y federalismo, pero pueden ser la única forma de mantener unido a largo plazo el reino conformado por cuatro naciones. Si le da la espalda a Europa, crecerán aun más las divergencias políticas de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte.