
El creciente autoritarismo de Recep Tayyip Erdogan perjudica ante todo a su país. Polariza Anatolia, hogar de numerosos pueblos y etnias. Los atentados se multiplican y el daño a su economía es grande.
¿Cómo debe responder la Unión Europea a sus continuas bravatas? Está claro que Bruselas no puede dejarse provocar. No obstante, es insuficiente mostrarse "muy preocupados". Erdogan, cada vez más dictador, se ríe de esas huecas advertencias. A dos semanas del referéndum del Brexit es más necesario que nunca exhibir credibilidad y hacer ver que la Unión es coherente y consecuente con sus principios.
Hace tiempo que sus fanfarronadas y desplantes dejaron de ser simples salidas de tono. Constituyen una grave lesión de derechos. Uno de muchos ejemplos: era sabido que Erdogan cree que cada mujer turca tendría que traer tres hijos al mundo. Ahora las ha ofendido y humillado directamente afirmando que las mujeres que no son madres, habrían de considerarse "incompletas". Esto lleva la discusión sobre el papel de la mujer en la sociedad a una nueva dimensión. Por primera vez, las agrupaciones de mujeres han protestado. Su partido de la Justicia y el Desarrollo, AKP, recalca que ha dispuesto leyes para reforzar los derechos de las mujeres y protegerlas contra la violencia. Sin embargo, las ideas expuestas por sus dirigentes las vacían de contenido. No puede haber igualdad si se define el valor de la mujer únicamente por su tasa de natalidad.
Tampoco cesan sus ataques contra la libertad de expresión. Acciones como el levantamiento de la inmunidad a los diputados kurdos son muy graves. Representantes del partido prokurdo podrían ingresar en prisión. El Parlamento Europeo ha declarado su solidaridad de manera bastante pobre.
¿Se esconde detrás de esa inactividad todavía la idea de que el acuerdo con Turquía sobre los refugiados -polémico desde el principio- debe mantenerse contra viento y marea? Si es así es un paso equivocado que solo sirve para aplacar a quien quiere hacerse con el control total cueste lo que cueste.
Es especialmente ilustrativo el caso de Alemania, que cuenta con la comunidad turca más grande de Europa. Erdogan precisa sus votos, razón por la que su influencia es enorme allí. Advierte a los turcos alemanes contra la "asimilación", según su teoría de la sangre los considera "sus" electores que, por supuesto, votarán por el AKP. Y los políticos alemanes de origen turco jamás pueden "traicionar" su nación, es decir, a su presidente.
El parlamento germano aprobó por amplia mayoría una resolución calificando de genocidio la masacre de armenios cometidas entre 1915 y 17 en el Imperio Otomano. Incluso se admitió la corresponsabilidad alemana.
En su intento de manipular a los diputados alemanes de origen turco, Erdogan llegó a negar las raíces de éstos. Hasta exigió en serio un análisis de sangre a los parlamentarios que votaron a favor.
Traen muy peligrosas y tristes reminiscencias esas alusiones a sangres puras e impuras. Hace tiempo que en su país Erdogan distingue entre turcos buenos y malos.
Los primeros serían los de sangre pura, completamente leales y que admiran a su presidente. Los segundos: opositores, críticos? por no mencionar a los kurdos y otras minorías. Sus insultos racistas son inaceptables. Ese acoso debe terminar. Independientemente de cuán controvertido sea el reconocimiento del genocidio para los turcos y su oportunidad en el momento actual -la resolución fue adoptada siguiendo todas las reglas de la democracia parlamentaria.
En ese sentido, fue muy oportuna la contestación del presidente del Bundestag, Norbert Lammert: "Quien difama o coacciona a un diputado agrede al Bundestag en pleno. Y quien ataca al Bundestag, atenta contra todos los demócratas alemanes".
Erdogan asegura estar preparando un plan de acción contra Berlín. Hay también amenazas a Bruselas. Es necesario condenar de forma explícita esos desafueros.
¿Está sometida la UE a imperativos de la Realpolitik? No. Desde luego, tiene muchas más opciones que Turquía, cada vez más aislada internacionalmente.
Para empezar el Parlamento Europeo debe rechazar la libertad de visado para los ciudadanos turcos. Por lo demás, si Ankara decide suspender el acuerdo dejará de percibir los 6.000 millones de euros de ayuda prometidos por la UE.
Finalmente, los jefes de Estado y gobierno de la UE pueden -y deben- señalizar de forma clara y unida que abandonan las conversaciones de adhesión con un líder megalómano y opresor.
No se trata de cerrar definitivamente la puerta a Turquía pero sí a un país con un mandatario que no respeta la democracia.