
Se acercan las elecciones y apenas despiertan interés los objetivos europeos; ya quedan en meras proclamaciones, porque hay desconfianza en las instituciones europeas, incrementada durante la crisis. Hay claras divergencias en temas clave como la inmigración, la gobernanza, la unión bancaria o las políticas monetarias y fiscales. Se acrecienta, en medio de la inevitable disciplina que supone tener moneda común sin unión política, la división entre países deficitarios y excedentarios. Obviamente, los déficit de unos están relacionados con los excedentes de otros, como no puede ser de otra forma.
El déficit público conjunto es del 2% sobre el PIB, pero grandes países están en procedimiento de déficit excesivo (5% o más). Algunos se ven amenazados por quienes reclaman la imposición de sanciones (poco probable). Los incumplidores piden más flexibilidad en las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC). No es fácil, porque no son imposiciones; los países miembros, colegiadamente (como la mayoría de decisiones) decidieron, para atajar la crisis de deuda soberana de 2010, más disciplina fiscal, pero no calibraron bien sus efectos sobre la incipiente recuperación. Se volvió a sufrir una notable desaceleración. Especialmente en los periféricos, caso de España, donde la principal consecuencia ha sido, hasta 2014, una descomunal destrucción de empleo.
Hoy día, tras haberse decidido a comienzos de 2015 suavizar el proceso de consolidación fiscal y más medidas de expansión monetaria (similares a las de EEUU y otros hace años), Europa crece, pero muy lentamente. Con menos desequilibrios, sí, pero con niveles de inversión muy bajos. Para unos, las medidas expansivas se han quedado cortas dadas las necesidades de impulso fiscal en algunos Estados, y por ello habrá debate sobre una revisión del límite de déficit sobre PIB. Para otros, estos países deben perseverar en las reformas estructurales y la austeridad.
Puntos de vista que son caldo de cultivo de los llamados 'populismos', que ya ocupan un 25% del Parlamento. Algunas de estas fuerzas, eurófobas y/o euroescépticas (ver debates sobre la inmigración) ponen en cuestión la pertenencia a la UE, y todavía más al euro. La izquierda es ahora quien parece más europeísta, por cuanto significa garantías para mantener el Estado del bienestar. El Brexit, si llegara a producirse (poco probable) podría ser un desencadenante para el despegue populista más antieuropeísta, partidario del regreso a la idea del Estado-Nación (atención a las próximas elecciones de 2017 en Alemania, Francia y quizás Italia). Con o sin Brexit, no parece que, al menos a corto plazo, se produzcan avances en la unión de Europa, menos aún en la unión política.
En nuestro país crecemos más que Europa. En 2015, un 3,2% frente a un 1,7% de la eurozona, y es muy probable que en 2016 ocurra lo mismo. Pero aún no hemos recuperado los niveles previos a la crisis, mientras países como Alemania, Francia o Reino Unido hace ya varios años que lo hicieron. Sobre todo tenemos la tasa de paro más elevada de Europa (excepto Grecia) y aún más que duplica la que había a finales de 2007. ¿Hasta cuándo durarán estos ritmos de crecimiento? La respuesta no es fácil, ya que algunos impactos positivos se irán agotando: reducción del precio del petróleo, depreciación del euro y expansión monetaria del BCE.
Queda la política fiscal, pero por mucho que se empeñen algunos en creer que la clave está en planes Juncker más ambiciosos, si hay un país que poco tiene que esperar de eso es España. Le sobran infraestructuras, es uno de los países del mundo mejor dotados. Tampoco Alemania se esforzará demasiado por nosotros, pese a que quizás muchos de los préstamos que nos hizo estén actualmente en los balances del BCE. Pero ese es otro tema.
O tenemos motores para crecer, aunque no lo haga la eurozona, o volveremos a tener un desempleo del 25%. No hay excusas. Los países más poblados del mundo están creciendo, con crisis, a ritmos próximos al 7% o más (China e India en primer trimestre). Exportar con más valor añadido, o apostar por la economía digital, son algunos de los retos urgentes a abordar. ¿Quién lo puede hacer? Las mejores empresas con sus ideas y esfuerzo, claro, pero los responsables políticos, no el chivo expiatorio de Bruselas, tienen que impulsar e incentivar los proyectos que generen crecimiento y empleo, con estrategias propias de crecimiento. Estos temas se debaten poco o nada en las campañas electorales.