
Vamos a reflexionar sobre independencia, populismo y riesgo; incluso sobre democracia, nacionalismo y globalización; y, asímismo, sobre progresividad fiscal, proteccionismo e integración. Pensamos en Gran Bretaña y en Cataluña, en la Unión Europea y en España, porque con fundamentos varios en aquel país y en esta región hay movimientos políticos significativos que abogan por "irse". En dos semanas, los británicos decidirán su permanencia o no en la Unión Europea. Brexit o Brexin.
Obviamente, las diferencias entre los asuntos británico y catalán son hondas. Pero también hay coincidencias, con sus matices. Una de las concordancias clave es la cuestión de la soberanía, esto es, la cualidad de soberano y el poder político supremo que corresponde a un estado independiente. Un país es soberano, y algunos británicos desean que la soberanía se preserve completa; una región no es soberana, y algunos catalanes desean obtener soberanía. Quienes persiguen la salida del Reino Unido de la Unión Europea pretenden reafirmar la vieja soberanía británica. Quienes persiguen la separación de Cataluña del resto de España pretenden afirmar una nueva soberanía catalana.
De hecho, los británicos, como el resto de europeos, siendo soberanos, ejercen algunas competencias en común en el seno de la Unión Europea, que no es soberana. Asímismo, los catalanes ejercen la soberanía de España junto al resto de españoles. Aunque cabe preguntarse quién es realmente más independiente: aquél que ejerce la soberanía aparentemente a solas, pero se ve llevado a replicar la regulación de los demás (el Reino Unido debería transponer la regulación europea) o bien aquél que participa en la elaboración de una regulación común. Evidentemente, esta segunda opción parece más inteligente. Otro aspecto implicado en un posible Brexit y en una hipotética separación catalana es la desintegración, respectivamente, de la Unión Europea y de España. En el actual mundo global, ¿cuál es el sentido de la integración en la Unión Europea y cuál el de la unidad de España? Al fin, en ambos casos lo que se se interpela es la integración y la globalización. El aislacionismo cuestiona la globalización, pretende reafirmar la soberanía estatal, es aparentemente defensivo. El separatismo cuestiona la soberanía, el estado de derecho y la democracia, es esencialmente ofensivo.
Los movimientos como el del Brexit y los de separación regional que hay en varios países de Europa son proteccionistas y egoístas, son contrarios a la solidaridad y a la progresividad fiscal. Sus partícipes se atribuyen ser diferentes, tener derecho, ser mejores, y que Bruselas y Madrid les roban. La consecuencia de todo ello es el nacionalismo -enemigo de Europa y de España- y el populismo -enemigo de la democracia y del Estado de derecho-. Y el corolario es una severa desestructuración de la vida política, social y económica, con grave incertidumbre, inestabilidad y confrontación. Tras el nacionalismo y el populismo están el radicalismo y los extremismos, y todos ellos desencadenan la pasión política y el enfrentamiento.
Más y más semejanzas y disparidades hay entre los antieuropeos y los antiespañoles. Por ejemplo, el referéndum. Forma de democracia directa o manía de tiranos, los referendos polarizan, simplifican, exacerban y, a menudo, dan lugar a resultados aleatorios. Para la secesión, el referéndum no es una vía legal en ninguna constitución, de modo que su consecución -en base a un no existente "derecho a decidir"- convierte a la política democrática en un calvario.
Con todo, el reto que incumbe al Reino Unido directamente es más liviano, aunque afecte a un gran país, que el reto que incumbe a Cataluña, que es mucho más esencial, aunque afecte directamente a una región. El desafío de los aislacionistas británicos lo es a la globalización y a la cooperación. El reto de los secesionistas catalanes lo es, además, a la soberanía, a la democracia y al estado de derecho. Ambos movimientos cuestionan la solidaridad y el entendimiento, bases del estado del bienestar y de la Europa contemporánea. En ambos se dirimen soberanía y el poder. Pero en el caso catalán, además, están en juego las fronteras. Ojo, efectivamente, modificar fronteras contraría la soberanía y la integridad territorial de los estados, pivotes de la soberanía westfaliana, de la realpolitik y de las relaciones internacionales pacíficas.
Hay otras diferencias. Lo que ganarían o perderían Gran Bretaña y Cataluña, respectivamente, tras una salida de la Unión Europea y tras una independencia de España, es muy distinto. La pérdida real (o la ganancia imputada por sus partidarios), en términos relativos, es muy superior en el caso de Cataluña. Aunque en los dos lances, y más allá del resultado final, la incertidumbre ya ha mermado a sus economías, ya tiene efectos tangibles.
Finalmente, consideremos el riesgo de contagio. En ambos casos, es verdaderamente extraordinario. Una salida del Reino Unido de la Unión Europea y una secesión de Cataluña del resto de España darían lugar a sendos tsunamis de referéndums en Europa, con el resultado de una desintegración de muchos países y con ello de la misma Europa.
Desgraciadamente, el Brexit es realmente posible; afortunadamente, la separación de una región es altísimamente improbable. La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea puede, efectivamente, ocurrir; y esto se saldará el próximo 23 de junio. En cambio, la secesión de Cataluña de España, verdaderamente, no ocurrirá; pero no se saldará sino en un largo espacio de tiempo.