Firmas

La banca rota

La ampliación de capital del Banco Popular, segunda gran operación en cuatro años, no es sino la consecuencia del grado de deterioro que está experimentando el sector bancario en sus resultados, que no le dan para cerrar los coletazos de la crisis financiera más profunda que se pueda recordar.

La apuesta de ir absorbiendo paulatinamente los activos dañados ha dado el resultado que tenía que dar, una banca a la que le cuesta despegar porque aún tiene problemas sin depurar. Aunque se intentó dar un giro a la situación en 2012 incrementando provisiones y requisitos de capital, estos finalmente se relajaron parcialmente mediante la nueva definición del segmento minorista y sus menores requerimientos, mayoritario en la banca española, así como al computar los DTA que no procedían de pérdidas.

Estas mayores exigencias, en parte como decimos atenuadas, ni siquiera han conseguido solventar el problema en algunas entidades, puesto que lo que hubieran necesitado es un auténtico rescate de proyectarse certeramente el ingente volumen de sus deterioros. Con mayor o menor fortuna, los bancos privados, a diferencia de muchas cajas de ahorros, han podido sortear la situación, pero como la actividad no repunta y los ingresos recurrentes no mejoran, el futuro, hoy presente, no ha traído tan ansiado salvamento, que en el caso citado se vuelve de forma obligada a fiar al capital, sacrificando al accionista, que es quien se tiene que sacrificar. Lo dudoso es que con tanto castigo como está recibiendo le queden ganas de continuar y eso explica en buena medida la bajada de cotización que supone una verdadera estampida. Es evidente que al resto del sector no le interesa que una entidad tenga una situación excesivamente comprometida, razón por la que la ampliación se colocará sin problemas. Todo está atado y bien atado, recordando las palabras de un moribundo, aunque en este caso la respiración asistida que va a recibir mantendrá sus constantes vitales para afrontar una fusión o absorción que casi se da por hecha, si los deseos del supervisor se cumplen, y todo indica que se van a cumplir, más que nada porque al actual supervisor ya ni se le puede torear ni está condicionado por la pequeña política nacional. La banca comercial, negocio fácil conceptualmente y, en general, carente de genialidad, conservador, tardío en la innovación y renuente al cambio es, quizás por todo ello, uno de los más difíciles del mundo actualmente. Ha llegando tarde a casi todas las estaciones y gestionó, con la imprudencia de un cualquiera, el enorme privilegio de poder desempeñar una actividad reservada a unos pocos que, además, ha sido supervisada desde la incapacidad más evidente.

Un sector que ha recibido avales del Estado, financiación privilegiada del Banco Central y tantas exigencias como apoyos legales, no puede decir que le están matando con una política monetaria que no hace sino aliviar la carga de las pesadas deudas que gravitan sobre todos los ciudadanos y empresas, tan culpables como el que más de su elevado endeudamiento, pero no del nefasto análisis que los teóricos profesionales hacían tanto de cada crédito como de la situación financiera en su conjunto. Pero ahora no tenemos un supervisor complaciente que podamos invitar a comer, ni que entienda de intereses de familias financieras, ni que le importe en la práctica si el sacrificio lo hacen unos u otros y quien al final es el que ha de poner el dinero para cubrir tanto desastre. En este contexto, ya no se pasa por alto la integración de entidades financieras en conglomerados no financieros, ni el flujo y reflujo de financiación entre quienes controlan un banco y el propio banco, prácticas que al más puro estilo Rumasa aún, aunque afortunadamente de forma no extendida, se siguen dando en la banca española, y para las que ya nos han dado un ultimátum. El dinero es una commodity que ha pasado a ser información, y ya sabemos todos a la velocidad que van las tecnologías de la información. La desgracia y la queja del banquero es que el precio de esa commodity no lo fija él, sino el Banco Central, que no sólo vela por la solvencia del sistema financiero, sino que trabaja para las estabilidad monetaria, que es patrimonio común. Por tanto, lo que el banquero ha de hacer no es influir sobre decisiones sobre las que no puede, sino gestionar el escenario que hay desde la creatividad y el buena hacer, porque cabezas no le faltan para hacerlo ni dinero para pagarlas. Eso es lo que se le pide a cualquier empresario, que sobreviva a escenarios adversos, y ese es el reto de la banca. Una ampliación de capital es un instrumento, pero de nada servirá echar más leña al fuego si no se apaga el fuego, porque se seguirá echando leña hasta que no haya más. Cada banco deberá adaptarse o morir. Y las autoridades deben ocuparse de que, si hay muertes, éstas sean dulces, sobre todo y casi exclusivamente, para el conjunto de los ciudadanos.

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