
¿De quién fue la culpa del último fiasco en el informe de tu departamento? Del técnico que lo redactó. ¿Y la supervisión? Del jefe. ¿Y qué pasa con el resto del equipo que tenía que haber colaborado? Ya me gustaría a mí disponer de tiempo para echar un cable en los proyectos de mis compañeros, pero aquí vamos a destajo?". La situación es inventada, pero muy bien podría representar la realidad de muchos trabajadores en cualquier empresa. Y es que tenemos la mala costumbre de pasearnos por nuestra vida profesional como seres inmaculados a los que poco se nos puede reprochar.
Tenemos la tendencia a no considerarnos parte de los problemas que nos afectan. La mayoría de las veces solemos buscar la causa fuera de nosotros. Buscamos culpables para descargar nuestra rabia o para liberarnos de la tensión que supone aceptar que hemos tenido algo que ver con esa gran metedura de pata acaecida en la oficina. Ponemos la culpa fuera y nos declaramos inocentes. El culpable es, por definición, el otro.
Encontrar culpables es sencillo, forma parte de la capacidad que tenemos para construir explicaciones. Y las explicaciones tienen muchas ventajas aparentes: alivian la tensión, sacan la culpa fuera, eximen de responsabilidad y nos ahorran el trabajo de tener que hacer algo al respecto. Pero en contrapartida, las explicaciones también presentan algunos inconvenientes, porque cuando culpamos a otra persona o a las circunstancias, la única opción que nos queda es la de la queja. Si el otro es culpable de lo que ocurre, entonces no hay nada que yo pueda hacer. Me quedo bloqueado en la inactividad y dejo en manos del otro la carga de remediar la situación y de poner los medios para que no vuelva a suceder. Por eso culpar a otros es, cuando menos, poco práctico, ya que al hacerlo estamos anulando cualquier posibilidad de intervenir y de resolver dificultades.
Además la palabra culpable está normalmente asociada a un concepto de bien/mal que nos dificulta mucho aceptar nuestra implicación en los hechos. Por eso considero que es mejor hablar de responsabilidad. Esta expresión tiene una carga moral mucho menor. Seguramente la mayoría encontrará que hay una diferencia entre hacernos preguntas desde una y otra palabra.
Cuando hablamos de responsabilidad no estamos interesados en absoluto en juzgar si lo que ha ocurrido está bien o mal, si las explicaciones que nos dan son correctas o incorrectas. Lo que nos interesa son las acciones posibles y si las explicaciones que tenemos sobre lo que nos ocurre nos dan una mayor o menor posibilidad para resolver el problema. Pasamos de una actitud reactiva a tomar las riendas como los adultos que somos. Porque si somos capaces de mirar las cosas de una manera nueva, entonces encontraremos nuevas posibilidades de acción que antes no veíamos.