De forma imparable, aunque las actividades económicas tradicionales se resistan, se está produciendo una drástica transformación en la mayoría de los sectores que acabará con lo que hoy conocemos. La banca, las eléctricas y otras industrias están llamadas a transformarse con rapidez o a desaparecer. No importa lo grandes y potentes que sean, o se transforman, o antes de que se den cuenta estarán en la puerta de salida.
Lo más visible en la actualidad tiene que ver con Uber y los servicios de taxi tradicionales. Un sector que se mantiene al amparo de una regulación que sujeta una suerte de monopolios a través de licencias administrativas. No se trata de España, vayan a París y comprobarán la enorme cantidad de taxis libres que circulan por sus calles. Algo impensable hace sólo cinco años.
Uber, a contracorriente de los esquemas tradicionales, se está haciendo con un servicio donde las barreras de entrada parecían insalvables. Sin embargo, la calidad de sus vehículos, de un lado, y las facilidades de pago y la amabilidad de los conductores, de otro, choca con los modos que muchas veces se encuentran en los taxis tradicionales, donde vehículos antiguos y malos modos están a la orden del día.
Así Uber, con otros nuevos servicios como Car2Go y otros modelos de negocio similares, acabarán transformando el transporte público en las ciudades por muchas trabas administrativas que se pongan en su camino; ya que se trata de soluciones que se adaptan de manera directa a las necesidades de los usuarios, y no al revés, cuando son estos los que tienen que acomodarse a los modos y maneras tradicionales.
Se dirá que lo anterior no afecta a la banca o a las eléctricas, por poner dos casos de oligopolios encubiertos. O también a las telecomunicaciones, que no dejan de ser de la misma familia. Nada más lejos de la realidad. Precisamente, son unos sectores que están abocados a desaparecer en la forma en que hoy los conocemos si no se adaptan a los nuevos tiempos. En menos de diez años el sector bancario no tendrá nada que ver con lo que vemos ahora.
Primero vendrán las fusiones, por no decir las desapariciones. Luego profundas transformaciones en un sector que, desgraciadamente, no está al modo de los tiempos, ni de los actuales ni con los que, de forma imparable, vienen. ¿Por qué una telco como Orange creó a finales de 2015 Orange Cash entrando de lleno en el sector financiero a través de un servicio de pago por móvil? Simplemente porque la revolución digital que está en marcha en el sector financiero acabará con las oficinas bancarias tradicionales.
La banca comercial se desplaza a velocidad de vértigo hacia los servicios bancarios desde Internet, ya sean desde terminales fijos o móviles. Un cambio drástico que pondrá en tensión unos negocios todavía masivos en personas y oficinas de atención a pie de calle. Todo esto tenderá a desaparecer con mayor velocidad de la que algunos suponen, y requerirá enormes ajustes para llevarse a cabo.
Los datos son incontestables: en el Reino Unido y Europa Central se espera un crecimiento de más del 40% en nuevos depósitos por vía digital en los próximos cinco años. Y en Asia más del 80% de los nuevos clientes de banca abogan por cambiar la gestión de sus activos a servicios puramente digitales. Una demostración de que el futuro viene rápido y es imparable. Ahí están compañías como KissKissBankBank con su banca participativa para enseñar los nuevos caminos.
¿Y qué decir de las eléctricas tradicionales? Su futuro no estará sólo en las energías renovables o en las redes inteligentes (smart grids). Su transformación vendrá de los vehículos eléctricos y del autoconsumo, algo contra lo que luchan denodadamente. La uberización del sector eléctrico está también en marcha. No importa lo grandes que sean esas compañías. La tecnología de baterías ya permite soluciones domésticas fuera de las conexiones eléctricas tradicionales. Y el vehículo eléctrico viene forzado desde diversas fuentes.
Primero, desde la lucha contra el cambio climático. Y, segundo, por la caída de los precios con la aparición de nuevos entrantes como Tesla y otros fabricantes. A lo cual tendrán que sumarse las grandes compañías de coches de alquiler si no quieren igualmente desaparecer. De nuevo el tamaño no será lo relevante y las grandes compañías deberán volver a 'enseñar a bailar al elefante', pero desde la digitalización de los servicios, sin olvidar el big data. Serán los clientes de nuevo los que fuercen los cambios, que también llegarán igualmente al turismo. Entren sino, por ejemplo, en Airbnb para verlo.
Y todo ello con unos sistemas regulatorios, especialmente en Europa y muy singularmente en España, donde los políticos marchan al margen de lo que realmente sucede en el mundo. Una situación que abre una enorme brecha entre cómo se regula y cómo entienden o, mejor, no entienden, los reguladores la marcha de la economía. Algo que la nueva política, como hoy la denominan, no comprende y, más aún, busca ir al contrario de los tiempos, sin darse cuenta de que con visiones del siglo XX será muy difícil crear prosperidad en el siglo XXI.