
Vivimos en un mundo dependiente de los bancos centrales. Su intervención directa en los mercados mediante la aplicación de medidas "no convencionales" de política monetaria causa distorsiones en los precios de los activos y, en algunos casos, puede crear espejismos de bonanza que no siempre se corresponden con la realidad. Llegados a este punto, los mercados financieros se han vuelto "adictos" al dinero barato. Esto sería parecido a una vuelta ciclista en la que muchos de sus corredores compitiesen "dopados" y para los que, el efecto marginal de su ingesta de estimulantes, es cada vez menos eficaz. Los mercados aplauden el retraso en las subidas de tipos por parte de la Reserva Federal de los EE.UU., como si la senda de "normalización" monetaria no fuera lo deseable. En realidad, se nos presenta la siguiente disyuntiva: o el mercado se resiste a dejar de vivir en modo de "respiración asistida" o bien los banqueros centrales anticipan un panorama bastante más lúgubre del que cabría esperar. En cualquiera de los dos casos podemos concluir que el inversor se enfrenta a un momento muy complejo para proteger sus ahorros.
Especialmente el ahorrador conservador, que seguirá buscando alternativas a la baja rentabilidad de los depósitos y bonos. Se puede afirmar que, en buena medida, nos hemos quedado "huérfanos" de la renta fija: una parte sustancial de los bonos de mayor calidad ofrece hoy rendimientos nominales negativos. En este contexto, habrá que ser muy selectivos en los segmentos de renta fija corporativa y, en su caso, hacer incluso una asignación "táctica" a emisiones de emergentes, con el fin de mejorar la rentabilidad esperada. Y en cuanto a las bolsas, siendo plenamente conscientes de su conveniencia como activo dentro de una cartera diversificada, no es menos cierto que el ahorrador tendrá que estar dispuesto a aguantar su volatilidad y, en consecuencia, a asumir horizontes temporales de inversión suficientemente largos. Además, la dosis de renta variable para los perfiles conservadores debiera ser muy limitada.
En este contexto de mercados, el ahorrador necesita, ahora más que nunca, de una guía profesional que, a modo de médico de cabecera, le ayude a afrontar esta situación. Será un asesor financiero de confianza quien le apoyará en aspectos como los siguientes:
Se precisa de una adecuada planificación financiera aplicada a unos objetivos y circunstancias personales (análisis de situación patrimonial, fiscalidad, generación esperada de rentas e ingresos, etc.). Se trata de un "proceso" a través del cuál el ahorrador busca alcanzar unos objetivos concretos (jubilación, educación de los hijos, cobertura de imprevistos, etc.). El asesor ayudará a encontrar "soluciones" adecuadas de inversión. Por ejemplo, mediante una cartera "diversificada" sujeta a un seguimiento y rebalanceo continuos. Como colofón del proceso, se entrará a seleccionar los productos concretos para canalizar el ahorro.
Además, el asesor deberá educar al cliente para que, en lugar de fijarnos en los rendimientos diarios, semanales, o incluso mensuales de los turbulentos mercados, nos centremos en la verdadera búsqueda de "valor" para nuestra cartera. Si se actúa de esta forma, y se mantiene la cartera suficientemente diversificada, el tiempo acabará siendo nuestro aliado.
Además, se deberá asesorar sobre alternativas óptimas para proteger nuestro capital: filosofía de inversión de retorno absoluto, inclusión de posibles activos alternativos (líquidos o ilíquidos según el perfil inversor), estrategias de inversión flexibles, coberturas, etc.
Nunca los mercados fueron fáciles. La volatilidad actual imperante nos obliga, cada vez más, a tomar el control de nuestro ahorro y, para ello, debemos apoyarnos en el servicio profesional de un asesor con la cualificación y experiencia adecuadas para afrontar con éxito el reto del ahorro. En definitiva, se requiere de un proceso inversor, de una cierta disciplina y, sobre todo, de una toma de decisiones "informada".