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La alarma 'Brexit'

  • El voto a favor de salir de la UE es una respuesta contra la clase política
  • Puede que Europa haya beneficiado al RU, pero no a todos sus ciudadanos

No tengo una opinión concreta sobre si Gran Bretaña debería abandonar la Unión Europea (el Brexit). Es verdad que viví en el Reino Unido hasta hace poco menos de un año. Aquí, en California, tenemos nuestro propio debate a lo Brexit con un movimiento que propone la secesión de Estados Unidos en los comicios de noviembre. Si la independencia de California parece cómica, el referendo del Brexit el 23 de junio no es ninguna broma. Es obvio que mermaría la competitividad exportadora británica. Evidentemente, los lazos con la UE no se romperían al instante y el Gobierno del Reino Unido dispondría de algunos años para negociar un acuerdo comercial con el Mercado Único Europeo, que representa casi la mitad de las exportaciones británicas. Las autoridades podrían llegar a un acuerdo bilateral como el suizo, que garantiza el acceso al mercado único de sectores e industrias concretas. O seguir el ejemplo noruego y acceder al mercado único mediante la membresía de la Asociación Europea de Libre Comercio.

Sin embargo, Gran Bretaña necesita el mercado de la UE más de lo que esta última necesita a la primera, y por eso el regateo sería asimétrico. Los políticos de la UE negociarán con firmeza para disuadir a otros países de contemplar su propia salida. El Reino Unido tendría que aceptar las normas de productos de la UE y las normativas al pie de la letra, sin decir una palabra sobre su redacción, y estará en una posición mucho peor para negociar acuerdos de acceso al mercado con socios que no pertenecen a la UE, como China.

Además, el Brexit socavaría la posición de Londres como centro financiero de Europa. Es bastante extraordinario que el principal centro de las operaciones financieras denominadas en euros se encuentre fuera de la eurozona. Da fe de la fuerza de las normativas europeas que prohíben la discriminación dentro del mercado único. En un mundo post-Brexit, a Frankfurt y a París ya no se les impediría implantar medidas que favorecieran a sus bancos e intercambios por encima de los de Londres.

La City es también un ejemplo de un sector que depende mucho de la mano de obra foránea. Más del 15 % de los trabajadores de banca, finanzas y seguros nacieron en el extranjero. Atraer y retener a esos talentos ajenos costará más después del Brexit, porque los trabajadores de la UE que se muden a Gran Bretaña ya no podrán llevarse sus prestaciones con ellos y perderán las demás ventajas de un mercado de trabajo único.

El Brexit podría surtir otros efectos más mundanos, pero muy visibles en Gran Bretaña. Quien haya pasado algún tiempo en el Reino Unido sabrá que el gran avance en la calidad de vida frente a la última generación ha sido la calidad de la comida. Entran escalofríos de pensar en el paisaje culinario de un Reino Unido abandonado por sus chef franceses e italianos.

Más grave es que Gran Bretaña, convertida en otra potencia media cualquiera, fuese menos capaz de proyectar su influencia militar y diplomática en el mundo que ahora, trabajando en conjunto con la UE. Aunque el Reino Unido seguiría siendo miembro de la OTAN, está por ver qué funcionalidad tendría la alianza en la época post-hegemonía estadounidense.

Mientras que la UE aun no ha desarrollado una política coherente exterior y de seguridad, la crisis de los refugiados deja patente que tendrá que moverse en esa dirección. Este es el aspecto más irónico del debate del Brexit. Al fin y al cabo, la opinión pública británica empezó a apoyar la pertenencia a la UE tras la invasión fallida de Suez en 1956, que enseñó al país que, sin imperio, ya no podía ejecutar una política exterior efectiva por su cuenta.

Y todo esto me lleva a preguntar: ¿en qué estarán pensando los defensores del Brexit? La respuesta es que en nada. La campaña del Brexit atrae los mismos sentimientos primordiales que la de Donald Trump en EE.UU. La mayoría de los defensores del Brexit son votantes enfadados y descontentos que se sienten abandonados. La exposición al comercio internacional y las finanzas, que es lo que implica la pertenencia a la UE, puede haber beneficiado al Reino Unido en general, pero no ha funcionado a favor de todas las personas.

Los desfavorecidos arremeten contra el comercio, contra la inmigración y contra el fracaso de los políticos convencionales para abordar sus problemas. Básicamente, el voto a favor del Brexit es un voto contra el primer ministro David Cameron, el ministro de economía George Osborne y la clase política en general.

El problema real, obviamente, no es la UE, sino el fracaso de la clase política británica de ofrecer una ayuda de peso a las víctimas de la globalización. En este último mes, el secretario de trabajo y pensiones, Iain Duncan Smith, ha dimitido en protesta por los recortes presupuestados por el Gobierno para las prestaciones sociales. El 1 de abril subió el salario mínimo. Quizá las voces de los enfadados y descontentos por fin se oigan. Si es así, el debate del Brexit no habrá sido inútil después de todo.

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