
Una red de sociedades offshore. Fideicomisos y fundaciones con sede en islas remotas. Dictadores y políticos elegidos democráticamente condeándose en libros del mismo bufete de abogados. El escándalo que ha irrumpido sobre el bufete panameño Mossack Fonseca tiene un elenco de personajes lo bastante colorido y con suficientes tratos misteriosos como para entretener a los escritores de suspense durante años.
Pero es más que un entretenimiento, y en juego hay más que unos cuantos miles de millones de dólares en activos en paraísos fiscales. En realidad, el escándalo, que sigue a una serie de importantes filtraciones, podría augurar el final del mundo cerrado de las finanzas offshore.
Habrá perdedores (sobre todo agencias inmobiliarias de alta gama en lugares como Bahamas o las Islas Caimán), pero también ganadores. Los ricos del mundo ya no podrán acumular dinero en secreto en islas diminutas, pero tampoco van a querer de repente pagar grandes sumas de impuestos por él. Los grandes beneficiarios serán los países corrientes con un impuesto de sociedades más bajo, como Irlanda, Suiza y Gran Bretaña.
Los papeles de Panamá, como ya se conoce a la montaña de documentos filtrados de Mossack Fonseca, están provocando una reacción en cadena por todo el mundo a medida que se desvelan detalles de las cuentas en paraísos fiscales y sociedades ficticias. En Islandia, al primer ministro Sigmundur Davîo Gunnlaugsson ha dimitido.
En Gran Bretaña, su homólogo David Cameron se ha visto presionado al aparecer su difunto padre en algunos de los esquemas que han salido a la luz. En Rusia, el presidente Vladimir Putin vuelve a estar bajo la lupa por la magnitud de la fortuna que ha acumulado durante su mandato, aunque nada parece socavar su poder en ese país. A medida que los periodistas e inspectores fiscales examinan más de las once millones de páginas de documentación sobre más de 300.000 empresas offshore, no hay duda de que saldrán aun más nombres a escrutinio.
Está por ver qué pasará con el bufete en cuestión y las personas nombradas. Algunas serán culpables únicamente de traspasar dinero con fines empresariales legítimos; otras, sin duda, llevan años evadiendo impuestos. Eso es lo más importante. Es dudoso que la industria offshore pueda sobrevivir a unas revelaciones de este calibre.
No es la primera vez que ocurre. En 2008, Herve Falciani filtró los nombres de miles de personas con dinero escondido en cuentas suizas tras años de investigación en una docena de países. En una época en que se puede disponer de terabytes de datos en cualquier parte con solo deslizar el dedo por un teléfono, es difícil que algo pueda seguir siendo anónimo. A partir de ahora, cualquiera que monte una empresa ficticia en las Islas Caimán, las Vírgenes Británicas o cualquiera de una docena más de paraísos fiscales, tendrá que asumir que en algún momento su nombre acabará salpicado en los medios. Por supuesto, habrá peticiones de restringir las leyes.
En Alemania, los legisladores ya están defendiendo más restricciones sobre el uso de las cuentas foráneas, aunque la ley no ha sido nunca el problema. En casi todos los países siempre ha sido legal tener dinero donde a uno le plazca, siempre que pague los impuestos correspondientes en su país natal. Lo que importa es la exposición. La principal ventaja de los centros offshore ha sido siempre el secreto, y ahora que se ha corrido la voz, dejan de tener sentido.
La cuestión es: ¿a dónde va ese dinero? Los importes de las cuentas en paraísos fiscales suelen exagerarse. Algunos comentarios asumen que si se descubrieran, se podrían resolver todos los problemas fiscales del mundo de golpe. No es cierto. Aun así, es mucho dinero. El economista Gabriel Zucman, en su libro La riqueza oculta de las naciones lo calculaba el año pasado en 7,6 billones de dólares. Puede que sea verdad (por definición, no es fácil calcular lo que se esconde), pero si se acerca, es una suma enorme.
Lo que es erróneo es suponer que el dinero regresa a su país natal. Al contrario, lo probable es que acuda a destinos más legítimos que casualmente tengan impuestos relativamente bajos, pero siguen siendo lo bastante transparentes y con un Estado de derecho fuerte. Si no se puede poner el dinero en un fideicomiso en las Islas Caimán, ¿por qué no ponerlo en una estructura corporativa en su lugar?
Hay países pequeños con impuestos muy pero que muy bajos. En Macedonia, el impuesto de sociedades es de solo el 10%; en Montenegro, un punto por debajo, el 9% (qué tendrá el Mar Egeo que hace a la gente reacia a cobrar impuestos a las empresas). Pero es improbable que mucha gente quiera acumular cantidades de dinero en países desconocidos y experimentales como estos. Es mucho más probable que prefieran alguno de los grandes.
Hong Kong, con una tasa del 16,5%, es una posibilidad, aunque China no parece tan estable ni segura últimamente. Mucho más plausible es la tasa irlandesa, del 12,5% desde hace años. El secretismo bancario suizo desapareció hace tiempo, pero su índice de impuesto de sociedades es menor del 18%, no demasiado oneroso. El más interesante podría ser el británico. El Reino Unido ha rebajado agresivamente su impuesto de sociedades, y ahora se sitúa en solo el 20% y está previsto que baje al 17% en los próximos años. Londres tiene toda la infraestructura que un milmillonario global puede necesitar.
Habrá sumas ingentes de dinero en busca de un hogar nuevo y relativamente seguro el año que viene. Casi seguro que mucho irá a parar a Dublín, Ginebra y Londres, y las pérdidas en Panamá y Gran Caimán serán ganancias para esas otras ciudades.