Firmas

Los verdaderos desórdenes y desequilibrios

  • Intervención y estímulos producen mejoras gracias a factores preexistentes

Se mire como se mire, el pertinaz intervencionismo público con políticas crecientes de gasto (consumo e inversión) e inundaciones de liquidez para -de un modo u otro- financiarlas, no sirve; no ha tenido, apenas remotamente, los efectos, resultados y logros que en todo momento se prometieron o señalaron. Algo que ya sabíamos.

Suele mencionarse el éxito de esas políticas en Estados Unidos. Pero, sin negar que todo impulso forzado o artificial de esas características tiene impactos momentáneos y pasajeros de estímulo en la actividad, en la industria, el comercio y, en definitiva, puede que hasta en el empleo, los logros son relativamente pobres, especialmente si consideramos que las mejoras en determinadas economías se han producido por factores preexistentes propios de flexibilidad, adecuación, apertura, abundancia de capital humano de calidad, organización productiva ágil y adaptable, alta productividad y, sobre todo, instituciones adecuadas y eficientes. No es que en Japón, el caso opuesto, donde llevan décadas de estímulos públicos combinados ineficaces (a los que el primer ministro Shinzo Abe añadió planes de gasto y liquidez sin precedentes), carezcan de instituciones adecuadas y eficientes, que sí. Pero no se dan otras condiciones.

Lo que afirmo es que gran parte de la mejora de Estados Unidos, que tampoco es como para tirar cohetes en tasas de crecimiento e incluso en empleo, máxime tras todo el arsenal empleado durante al menos ocho años (aunque a algunos siempre les parecerá poco), se debe a otros factores, y que las cifras y tendencias de sus gastos, déficit y deuda pública o del balance de la Reserva Federal, están poniendo lastres y cortapisas a una expansión más ágil, veloz o acelerada de la economía estadounidense. Y que si sus resultados no son más parecidos a la eurozona es porque se trata de Estados Unidos, del dólar, moneda internacional por antonomasia, y pueden permitirse ciertas alegrías o excesos, aunque, como sabemos de antes, por ejemplo en 1968-1971, tienen sus límites.

Tal vez por las características de esta crisis, y porque las políticas de gasto y fiscales tienden a descontarse con gran rapidez y resultan menos chocantes, inesperadas o desconocidas por la experiencia reciente en economías desarrolladas, han podido ser aparentemente más efectivas las inyecciones masivas de liquidez, pues son más extrañas: nuestras generaciones no habían conocido antes tipos de interés negativos. El caso específico de Alemania, que tanto escozor produce a quienes mucho aprecian las acometidas del BCE contra la economía, producidas por sus desmedidas disposiciones de política monetaria expansiva, tiene explicación precisamente por su trágico recuerdo de las consecuencias de la hiperinflación en los años veinte. De ahí su expreso temor a lo que está teniendo lugar.

Salvo excepciones llamativas, las políticas presupuestarias que sistemáticamente se han aplicado en la eurozona son generadoras tanto de déficit persistentes como de endeudamientos públicos crecientes e insostenibles, que incluso ponen en peligro lo que las autoridades dicen querer preservar. Y se opta por la liquidez a espuertas para facilitar entretanto su financiación, a sabiendas de los efectos perversos que ello tendrá, porque se ha llegado a niveles tanto de cargas impositivas o esfuerzo fiscal como de intromisión de los gobernantes, políticos y autoridades, en nuestras relaciones y decisiones particulares, en nuestros acuerdos y contratos privados diarios que rozan en muchos casos la confiscación, y hacen poco posible que se logren incrementos sustanciales de recaudación con nuevas subidas de los impuestos, o incluso con aumentos significativos de la persecución del fraude. Y, desde luego, es poco posible que realmente sirvan para cubrir -como se pretende hacer creer- los agujeros creados por las autoridades o, simplemente, las promesas de más gasto que realizan los políticos. Cierto es que siempre se puede confiscar más, hasta todo el producto de los agentes privados. Pero eso siempre será a costa de la riqueza, la eficiencia y, por tanto, de la recaudación y, a la larga, en detrimento de los objetivos de los políticos, sean cuales sean estos.

El problema, el desorden, pues, no está en la falta de gasto (consumo o inversión) de empresas y economías domésticas. No hay que impulsar, favorecer, sustituir o animar el gasto. La gente sabe qué hacer con su dinero y, si se equivoca, debe responsabilizarse de sus decisiones. La recesión fue de deuda, no fuercen a la gente a gastar, cuando lo que buscan es recomponer sus balances para restaurar sus expectativas e iniciar nuevos proyectos de vida (consumo, ahorro o inversión). No distorsionemos con políticas arbitrarias, artificiales y forzadas los conjuntos de información relevantes que los agentes utilizan, sólo por el beneficio cooperativo de los grupos de poder: políticos y lobbies.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky