En el lenguaje taurino se dice que el toro ha tomado el capote cuando, impulsado por su ciego instinto, embiste a la tela que maneja el torero. El que a esta acción también se le denomine "tomar el engaño", define con toda exactitud la esencia del llamado, con notoria exageración, Arte de Cúchares.
En el impreciso y proteico mundo de la sedicente izquierda de nuestros días, palabras como socialismo o comunismo hacen casi exclusivamente referencia a siglas de indudable arraigo histórico e indubitable identificación ideológica en el imaginario colectivo. Por eso, y también en ese mundo de la izquierda anclada en afectos y simbologías emocionales, la palabra "derecha" suscita "enemigo a combatir y derrotar sin ninguna otra consideración".
Es un reflejo condicionado motivado por experiencias históricas. Sin embargo, y a poco que se repare en los hechos y en la experiencia, la "derecha" está ligada indefectiblemente a intereses sociales específicos, valores perfectamente explicitados en el discurso y la acción y, sobre todo, a políticas concretas, siempre reflejadas cuando gobierna en los Presupuestos Generales del Estado.
¿Qué ocurre cuando esa izquierda coincide, parcial o totalmente, con la derecha en sus políticas? Pues simplemente que se traslada al electorado o a la base social partidaria, la necesidad de resolver, por enésima vez, el secular conflicto entre identidades esencialmente confrontadas.
De esta manera las siglas de la derecha aparecen, en sí mismas, como enemigo a combatir. Un combate entre legiones arcangélicas y legiones satánicas, en el que a los demás actores del espectro político se les insta a que, necesariamente, deben elegir. Y así, una y otra vez, electores, ciudadanos y mentes de reconocida capacidad analítica, reinciden en la toma del engaño maniqueo y esencialista para mayor gloria y adorno del torero. Tras la faena, el empresario y los dos rivales en el ruedo, firman más corridas en ésta y otras plazas. He ahí la grandeza del espectáculo.
