
Hace un par de meses -me contaba un taxista- tenía pensado comprar una nueva licencia. La carga de trabajo iba a más, pero, por prudencia, decidió esperar a ver qué pasaba en las elecciones. Ahora, visto el guirigay, no sólo ha pospuesto la inversión, sino que ha decidido no hacerla. No sólo porque algunas de las propuestas políticas que los grupos están haciendo públicas le dan más que miedo, sino porque asegura que, desde enero, el país está parado.
En la administración, como era de esperar, la demanda de servicios ha bajado sustancialmente. Pero es que las empresas también han reducido drásticamente su actividad. Sobre todo las consultoras, que son las que normalmente bullen de trabajo.
Constata mi interlocutor que el país se está parando y que a estas alturas bastante tiene ya en quedarse como estaba a finales de 2015 cuando termine el año en curso. Esa parálisis, provocada por la incertidumbre y la ausencia de respuestas, puede estar incidiendo ya sobre el consumo privado que tanto ha costado reactivar, vital componente de la demanda interna.
¿Quién se fía de España?
Se observa también en el ámbito internacional. Se quejan los que gestionan nuestros intereses públicos fuera de nuestras fronteras de la escasa relevancia de España. No es que desconfíen del actual Gobierno en funciones, es que no se fían de un país que cada cuatro años, puede dar un bandazo, un giro de 180 grados.
Es nuestro gran problema, esa falta de certezas en las líneas maestras que nos definen como nación, esa ausencia de consensos en los grandes asuntos de Estado, como la política exterior, el modelo que queremos para la economía, la educación, la defensa, la justicia o la salvaguarda de los intereses de las grandes clases medias, que son las que favorecen la estabilidad política de un país, es la que provoca un parón cada cuatro años inasumible e impensable en cualquier democracia sólida y consolidada.