
De forma sintética, y sin mayores discusiones, cabe entender el capital como los recursos utilizados en la producción de bienes y servicios; quedando el trabajo restringido al esfuerzo físico -o mental- que se aporta en el proceso productivo por parte de los trabajadores. El trabajo, sin embargo, puede considerarse igualmente capital, tomándolo en el sentido del conjunto de habilidades que posee la propia fuerza del trabajo; donde se podrían incluir, por ejemplo, la educación, la formación y también la salud de los trabajadores. Capital humano que Adam Smith entendía como la inversión realizada en la adquisición del talento que se genera en las diversas etapas educativas o de aprendizaje de las personas.
La educación es el elemento clave en la generación de capital humano, particularmente en el contexto económico actual, donde el conocimiento es esencial en la creación de valor económico y la competitividad. No en vano, vivimos en una "economía del conocimiento". De ahí que el desempleo tenga mucho que ver con el nivel educativo, ya que los menos cualificados son los más vulnerables a la hora de perder o de encontrar un trabajo. Basta analizar cómo el paro en España ha alcanzado enormes cotas gracias a la pérdida de empleo de las personas con menor nivel educativo; o también, las que habiendo obtenido un título universitario, este no se correspondía con las demandas del mercado de trabajo.
El capital político es, sin embargo, un término confuso. En un sistema democrático podría entenderse como el "fondo de comercio" que un político o un grupo político concreto acumula a través de la reputación que se deriva de su actividad; lo que al final se podría identificar con el apoyo que un determinado colectivo de ciudadanos estaría dispuesto a darle a partir de su voto e incluso con otro tipo de ayudas, incluidas las económicas. A lo cual habría que sumar otros activos intangibles provenientes de grupos empresariales o mediáticos cuya influencia es decisiva en la sociedad en su conjunto; lo que, de nuevo, se traduciría en un aumento del número de apoyos ciudadanos. Con la circunstancia de que, en lo político, la suma de capital de todos los partidos en liza es una suma cero, en el sentido de que lo que uno pierde otro lo gana y viceversa. Y si son varios, ese capital se distribuye entre todos de acuerdo con sus capacidades de acumulación.
Asistimos ahora en España a un hecho nuevo en el panorama político; con la circunstancia de que el partido hegemónico de los pasados años, el PP, ha tirado por la borda gran parte de su capital, después de tener mayorías absolutas repetidas en los principales Ayuntamientos, en varias Comunidades Autónomas y en el Gobierno de la nación. Mientras que partidos menores o inexistentes, como eran Ciudadanos y Podemos, lo han aumentado considerablemente. El PSOE, por su parte, ha corrido parecida suerte en su deterioro a la del PP. En términos estrictamente políticos, las explicaciones ya se han dado por activa y por pasiva, pero en lo relativo a la pérdida de capital político conviene alguna reflexión. Pues aunque se produjeran nuevas elecciones, -cosa de ver todavía- parece que la recuperación de capital político de los que lo perdieron (PP y PSOE) será muy difícil, ya que las posiciones, según se estima, serían peores a las actuales, con las consiguientes variaciones al alza de los partidos que vienen aumentando su capital en los últimos meses; es decir, Podemos y Ciudadanos.
Independientemente del número de activos intangibles que proporcionan los medios de comunicación (especialmente la televisión), que son determinantes a la hora de orientar la opinión social, la clave está en cómo cada partido acumula capital, que se basa, en lo fundamental, en dos elementos. Primero, la credibilidad del líder. Y segundo, la responsabilidad social que demuestre tener la organización política que dirige. Cuando ambos componentes restan, no hay manera de recuperar el capital perdido, que se seguirá perdiendo si no hay drásticos cambios. Con lo que para revertir la pérdida de capital político sólo hay un camino: mejorar la credibilidad del líder y aumentar la responsabilidad social del conjunto.
Tanto PP como PSOE tienen muy difícil incrementar el primer componente; como también les resultará complicado mejorar su responsabilidad social debido a la corrupción. Y esto, muy especialmente al PP. Y mientras no tomen medidas contundentes en uno u otro sentido, verán como disminuye su capital político. Podemos se hará con el dominio de la izquierda, y Ciudadanos irá comiendo terreno al PP. Seguir incidiendo en los éxitos económicos por parte de este partido no cambiará la tendencia. Y en el PSOE, un liderazgo en permanente cuestión tampoco lo hará. Sólo drásticas decisiones contra la corrupción y la aparición de nuevos líderes -o lideresas- con suficiente atractivo será la única solución para ambos. El problema es que en política también juegan espacio y tiempo, lo que nos introduce en la física de la relatividad y sus ondas gravitatorias, que al final también influyen en la economía de la política.