
El baúl de Mario Draghi haría palidecer de envidia al de la imaginativa Mary Poppins. Es inagotable. Cada vez que damos por hecho que al presidente del Banco Central Europeo se le han agotado los recursos, vuelve a sacar un conejo de la chistera. Esta semana nos ha anunciado un nuevo espectáculo para el mes de marzo. Normalmente, ese simple amago tiene ya un efecto placebo, inmediato, sobre los mercados. Pero, al final, adictos como son a la maquinita de imprimir billetes, fuerzan siempre a actuar a Super Mario.
Hemos dejado en sus manos nuestra estabilidad presente y nuestro bienestar futuro, sin siquiera detenernos a pensar que un día se le puede acabar la magia. Y como ilusión que es, en algún momento, mal que nos pese, el baúl se agotará. Se supone que cuando se produzca esa circunstancia estaremos preparados para andar solitos por el mundo, como los pupilos de Mary Poppins. ¿Lo estamos?
Cada vez que tiene ocasión, Mario Draghi no se cansa de pedir a los Estados reformas estructurales o, lo que es lo mismo, la flexibilización de las reglas que rigen la actividad en los mercados de factores, bienes o servicios. Se han hecho algunas, a regañadientes y cuando no había más opciones. Pero los gobiernos, temerosos de quitar regalías a importantes bolsas de población, se han hecho los remolones cada vez que han tenido la oportunidad.
Son votos los que están en juego y han optado por mirar hacia otro lado, en vez de ejercer la labor pedagógica necesaria para enfrentar sus opiniones públicas a la dura realidad: o Europa se convierte en una zona competitiva, capaz de hablar de tú a tú a las economías más pujantes, o el idealizado Estado del Bienestar será, antes o después, cosa del pasado.
Super Mario nos puede ayudar a esquivar algunos baches, pero la carrera de fondo, la de convertirnos en adultos responsables, es ya cosa nuestra.