
Pedro Sánchez ya tiene el encargo real. Difícil ante la endiablada composición del Congreso. Podemos y Ciudadanos están dispuestos para negociar con el PSOE, pero no entre sí. Excluido el PP del pacto de Gobierno, quedan dos posibilidades: PSOE-Podemos o PSOE-Ciudadanos.
Por razones de matemática parlamentaria, la primera coalición exige, de alguna manera, el acuerdo con los nacionalistas; la segunda con el PP. En las dos se necesita la abstención activa y/o algunos votos a favor de unos u otros. Complicado.
Los grupos parlamentarios y sus componentes, los diputados, tienen la obligación de construir un acuerdo que acabe en un Gobierno estable, de corte europeo, con capacidad de tomar las decisiones que aseguren la creación de puestos de trabajo, que es el principal problema de España.
Encargo en el que se necesita mucho sentido común, capacidad de diálogo y habilidad negociadora, sin perder los principios. Después del Comité Federal del PSOE, el de las broncas, y el compromiso de la consulta a las bases, el encargo se ve todavía más complejo. Las líneas rojas que no puede traspasar el pacto las ha marcado el propio Sánchez.
La principal, no poner en cuestión la unidad de la nación. Pero si consigue el Gobierno debe saber que hay herencias de las que puede prescindir (la Lomce) y otras que Europa le va a exigir mantener en gran parte (la reforma laboral). Si pasa el trámite de la investidura, será la primera vez que en la democracia salida de la transición se va a gobernar en coalición.
Aún más, en una coalición que no tiene por sí sola la mayoría absoluta y tendrá que pactar todas y cada una de las leyes y resoluciones. Una legislatura en constante equilibrio inestable con el precipicio de una moción de censura o de confianza al acecho. Si la investidura es difícil, lo que sigue lo es más. De ahí que seleccionar a los compañeros de viaje sea también esencial en el encargo. Esperemos que le salga bien.