
Cuarenta y tres días han pasado ya desde las elecciones generales y estamos en el mismo punto que entonces. Los números no salen y no se sabe aún cuando se celebrará la primera sesión de investidura. Hasta ahora y en previsión de que el halagador de los abrigos de pieles deje a Sánchez cómo un intransigente negociador, esa sesión se espera no con la esperanza de que se forme Gobierno, sino de que empiece a correr el plazo de dos meses para convocar nuevas elecciones.
Las empresas empiezan a advertir de que hay que buscar estabilidad y de que la economía necesita la formación de un Gobierno ya, fuerte y responsable, para no paralizar la recuperación, mantener la fe de los mercados y no paralizar las inversiones. Tal vez ocurra, pero parece muy improbable, cuando los partidos parecen más dispuestos a poner en marcha su estrategia electoral que a plantearse negociar un acuerdo.
El único que parece entregado a "tender la mano a derecha e izquierda" es Pedro Sánchez, aunque sea a costa de enfrentarse con los barones y baronesa de su partido, recurrir a una decisión asamblearia y dejar al PSOE algo más tocado, por si las estrategias de Podemos no fueran lo suficientemente dañinas para los socialistas. Todo sea por conservar su discutido liderazgo. Hay que decir que a pesar de los avisos de las empresas unos de los principales termómetros económicos aún no ha pestañeado por la insólita situación en la que nos encontramos. La bolsa sufre, sí, pero no por Rajoy, Sánchez, Iglesias o Rivera. Sufre por China, el petróleo y los emergentes.
De no ser por estos factores podríamos acordarnos de Bélgica, sin Gobierno durante casi año y medio, para tranquilizarnos y tener la certeza de que todo iría bien. También podrían estar relajados, sin estas circunstancias, el futuro Gobierno cuando lo hubiera, ya que con el ciclo económico a favor muy mal lo deberían hacer para truncar la recuperación.