Firmas

Nihilismo y destrucción

  • La incertidumbre está cubriendo España sin que provoque una reacción

Desde la perspectiva económica, los resultados alcanzados en el último año son esperanzadores. Esto supone, sobre todo, que el sector privado ha hecho bien su trabajo y que las administraciones públicas, consideradas en su conjunto, no han obstaculizado el proceso.

Sin embargo, a finales del año 2015 e inicios de 2016, un conjunto de factores están embarrando el camino. Me refiero tanto a los cambios en el panorama internacional como a lo que está sucediendo en España y, con sus especificidades, en Cataluña, de forma que puede sostenerse que el velo de la incertidumbre está cubriendo la geografía española sin que la alarma provoque la reacción exigida. Incluso, algunos encuentran una oportunidad en las tinieblas.

El asunto es realmente preocupante. La incertidumbre es un mal cuyos efectos siempre son negativos y costosos. En efecto, la falta de seguridad sobre el futuro inmediato agobia, encoge el espíritu y dificulta (y retrasa) la toma de decisiones, especialmente las de naturaleza e impacto económico. Incluso me atrevo a decir que la incertidumbre actual, dadas sus causas y a tenor de algunas manifestaciones y exhibiciones individuales y de ciertos colectivos, será disolvente, desestabilizadora, destructiva y aniquiladora. Probablemente, incluso devastadora en algunos aspectos.

A mi juicio, en España, las causas de tanto mal se encuentran, entre otros factores, en las siguientes circunstancias. En primer lugar, en el momento económico sometido a impetuosas oscilaciones y con mercados nacionales cuyo funcionamiento está lastrado por multitud de regulaciones ineficientes e intervenciones públicas innecesarias. En segundo lugar, en el probable sometimiento de la sociedad a un conjunto de parlamentos fragmentados, poblados de supervivientes que desconocen -e, incluso, desprecian- las leyes del mercado y las normas de la disciplina jurídica y económica internacional. En tercer lugar, en la expansión del nihilismo, alimentado sagazmente durante el tránsito por la crisis económica, sin que desde el poder se haya construido un sólido discurso contrarrestante. Tal sentimiento se extiende por amplias capas de la sociedad y sus portadores hacen de la destrucción de cuanto existe una opción que consideran que contribuirá a un igualitarismo, en todo caso impuesto. Se quiere destruir para crear algo distinto que permita seguir destruyendo. Y por último, pero no menos importante, como resultado de lo anterior crece el sentimiento anticapitalista -es decir, contrario a la libertad, a los derechos de propiedad, a la libre empresa y el emprendimiento, a la igualdad de oportunidades, y a la confianza en el mercado y en la propia persona- combinado con el rencor y un evidente desprecio a la civilización judeocristiana.

En definitiva, han surgido fuerzas que pretenden destruir el resultado de muchas ilusiones y esfuerzos para construir una sociedad moderna y, al mismo tiempo, frenar el progreso de la historia con la nostalgia del muro de Berlín en el horizonte y el deseo de volver al capitalismo de estado. Una estrategia, con frecuencia cromatófora, aderezada con una mezcla de buenismo verbal -para obtener apoyo popular- y autoritarismo -para ejercer el poder-.

El proceso independentista tiene tintes propios y hunde sus raíces en una historia -inventada en muchos episodios- cargada de vaivenes y errores estratégicos y personales relevantes. El último, la articulación de intereses entre conservadores y activistas revolucionarios con raíces anarquistas. Una sorprendente alianza entre tradición y destrucción ajena al conocimiento de las leyes que regulan el funcionamiento universalizado de las sociedades. Todo queda en el limitado círculo del grupo y, fatalmente, contribuirá a abrir las puertas a la destrucción y a la pérdida de la identidad real de Cataluña. El resultado será fatal y los costes, una vez más, elevados.

Corolario: los últimos años se han caracterizado por el discurso político plano y la falta de debate sobre los principios. Cuando esto sucede, los cimientos de la sociedad se tambalean y los principios se olvidan. Ahora que todo se quiere plantear de una forma distinta por los nihilistas ¿dónde estarán las voces de los políticos que, alejados de la reflexión coyuntural, se impongan como objetivo defender los principios generales de una sociedad que desea evitar su propia destrucción? Si no aparecen deberán buscarse porque lo último que merece España es ser la víctima del odio de unos y de la incuria de otros. Lamentablemente, ya pasó.

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