
Ciudadanos obtuvo el mismo número de votos que ha perdido el Partido Popular en relación a las elecciones de 2011, con el añadido de que, por efecto de la Ley D'Hont, si hubieran ido al mismo partido, éste habría obtenido diez escaños más que la suma de los obtenidos por ambos, y se habría quedado a solo tres escaños de la mayoría absoluta.El traspaso de votos del PP a Ciudadanos se explica porque el electorado, si bien ha comprendido y aceptado la necesidad de los ajustes, discrepa de algunas de las políticas elegidas por el Gobierno.
Además, rechaza frontalmente lo que ha percibido como una corrupción lacerante y escasamente perseguida, mientras se exigían dolorosos sacrificios a los ciudadanos. La caída del PSOE, por su parte, es una secuela del castigo por el giro copernicano dado por Zapatero en 2010. Fueron aquellas unas medidas valientes y necesarias, pero percibidas como una traición debido a que el Gobierno de Zapatero ganó las elecciones de 2008 y gobernó hasta 2010 negando la crisis.
Aquel recuerdo sigue castigando electoralmente a los socialistas tanto o más que la falta de propuestas alternativas durante el Gobierno del PP. ¿Por qué han irrumpido tan exitosamente Podemos y sus aliados circunstanciales? Básicamente, porque han sabido expresar la indignación así como la angustia ante el presente y el futuro de una parte sustancial del electorado: los defraudados en sus expectativas tras la burbuja, en especial los jóvenes y las clases medias empobrecidas.
Además, han encontrado en los "políticos corruptos" una excusa muy útil para construir un mensaje simple y emocional de gran eficacia. Poco importa que a Podemos no se le haya escuchado un análisis solvente acerca de las causas y evolución de la formidable transformación económica que está viviendo el mundo -y Europa dentro de él así como España dentro de Europa- y de cómo debemos adecuarnos a la misma a fin de salir reforzados y mejorar nuestros niveles de equidad y de bienestar. Ni siquiera hemos podido oír un análisis coherente con nuestra situación y nuestro entorno.
Sonroja recordar que somos un país miembro de un club, sin moneda propia, que gastamos más de lo que ingresamos, con una deuda estatal cercana al 100 por cien, con una productividad insuficiente para sostener nuestro nivel de renta, y que vivimos enchufados al respirador artificial del BCE. Todo ello porque la estabilidad política y la política económica reinantes -desde 2010, no solo desde 2011- han convencido a nuestros socios y a los inversores que merecemos su confianza, a pesar de las deficiencias de tal política.
Ningún partido de Gobierno puede ignorar esta estructura de la realidad y, haciendo gala de una altivez típicamente española, "ponerse el mundo por montera", porque las consecuencias para el bienestar de los ciudadanos serían, sencillamente, desastrosas.Para resolver los problemas no basta con reproducir ejemplos de malestar y miseria, como familias con niños desahuciadas y similares. Si esos hechos se diagnostican mal, o, simplemente, se usan como instrumentos emocionales para llegar al poder, pueden llegar a proponerse medidas que tengan como consecuencia que el crédito sea inaccesible no sólo para los menos favorecidos sino incluso para el Estado, impidiendo así que pueda seguir proporcionando servicios a esas personas menos favorecidas.
Todos, y no solo algunos, sentimos gran pesadumbre al ver a esas familias y todos queremos que haya una política social para ellas, pero no a costa de dificultar el crédito, encareciéndolo mediante la disminución de sus garantías, porque eso generaría pobreza para todos. A eso es, precisamente, a lo que conduciría la adopción generalizada de políticas populistas en relación a los diferentes problemas detectados y denunciados, las cuales, sin embargo, pueden tener un gran atractivo electoral, cuando una parte importante de la población se siente empobrecida y precarizada.
Y este es el carácter fatal que pueden acabar teniendo los señuelos populistas de cualquier signo. A ello hay que añadir que el problema no sería solo el crédito sino también la inversión: desaparecería la inversión exterior y, con ella, el crecimiento, con todas sus dramáticas consecuencias, por mucho que pretendamos ignorarlas. Todo lo expuesto apunta que la mejor coalición de Gobierno para el futuro próximo es una gran coalición, de dos, PP y PSOE, o de tres, incorporando entonces a Ciudadanos.
Ambas opciones reflejarían las preferencias de la mayoría de la población, así como las de nuestros socios europeos, de los inversores y- fundamental- de nuestros acreedores. Todo ello facilitaría incluso una eventual negociación con Bruselas para flexibilizar el calendario de reducción del déficit.Que esta coalición sea una realidad dependerá, en gran medida, de los cálculos de costes y beneficios de los dirigentes de los partidos implicados para sus respectivos partidos y, sobre todo, para sí mismos.
En este cálculo, el PSOE y Sánchez son los que deben considerar más variables porque, de los tres partidos citados, el PSOE es el único partido y Sánchez el único líder que podrían pactar también con Podemos, si bien, en este caso, necesitarían además, para gobernar, el apoyo de todos los coaligados de este último, el de Izquierda Unida y el de los nacionalistas, lo que arroja un escenario muy inestable, exactamente el escenario que debe ser eludido si se quiere evitar una contracción (incluso un colapso) financiera y una caída drástica del ya muy deteriorado nivel de rentas de los ciudadanos, lo que podría acabar fagocitando al propio PSOE.
Al racionarse e, incluso, cerrarse los flujos de inversión y crédito no sólo se detendría el crecimiento sino que el Estado sería incapaz de seguir proporcionado servicios públicos esenciales, algo que no puede ser ignorado en ningún caso. Nos veríamos abocados así, muy a pesar nuestro, a las puertas de un rescate y los recortes de los últimos años empezarían a parecernos muy leves comparados con los que tendría que adoptar ese Gobierno.
En ese escenario, es previsible que el partido que saldría peor parado sería el socio principal de ese Gobierno.Por el contrario, una coalición con el PP y Ciudadanos, o solo con el PP, podría ser beneficiosa para todos, por varios motivos: (1) Ninguno de los tres sostiene políticas que incrementen el déficit y todos son conscientes de la necesidad de ir reduciéndolo. Podrían discutir entre ellos, primero, y luego con Bruselas el ritmo de tal reducción. (2) La entrada del PSOE y de Ciudadanos puede dar lugar a que no se centrifugue la reducción del déficit hacia las comunidades autónomas y, por lo tanto, los ajustes no se focalicen en sanidad y educación sino en otras áreas menos sensibles para la población, pero muy necesarias para mejorar la eficiencia de nuestro sistema político. (3) Podrían pactar políticas de reforma fiscal, educativa, energética y laboral comunes y, por lo tanto, con garantías de perdurabilidad. (4) Podrían tomar la iniciativa para reconducir la deriva catalana, propiciada en gran parte por la crisis y por la mentalidad tacticista de parte de las élites tanto nacionales como locales.
Todo ello facilitaría que, durante la legislatura, los menos favorecidos percibieran una mejora progresiva de su situación y que, a su término, las cosas estuvieran sensiblemente mejor. De ello saldrían beneficiados los tres partidos, pues darían una imagen de estabilidad y de sacrificio en aras del interés de la mayoría. El PP podría alegar que gracias a él la política económica se ha mantenido dentro de los límites de la ortodoxia, lo que ha facilitado el mantenimiento de la confianza de socios e inversores. Ciudadanos podría alegar que gracias a él se han racionalizado las políticas de ajuste, lo que ha acelerado la velocidad de superación de la crisis y ha situado a la economía española en mejores condiciones para encarar el futuro y el PSOE, en fin, podría aducir que gracias a él se ha flexibilizado el tempo de los ajustes y respetado los servicios básicos como sanidad y educación. Al propio tiempo, y como consecuencia de ello, el populismo vería muy menguado su eco, lo que tranquilizaría a todos, muy especialmente al Partido Socialista.
Este es el cambio que demanda la inmensa mayoría: llegar a un consenso para efectuar los ajustes necesarios, introduciendo mayor equidad y llegando a acuerdos de fondo que garanticen estabilidad y prosperidad durante un largo periodo de tiempo. No hay soluciones mágicas, por más que nos atraigan, sino políticas realistas acordadas y sacrificios compartidos. Ni la magia, ni la altivez, ni los populismos, ni los personalismos pueden conducir a un escenario distinto del desastre. Todos lo sabemos y, por eso, todos tenemos la obligación de evitarlo.